15. El Diablo

La sombra que nos ata

Todos tenemos una sombra, un lado oscuro que negamos y que hacemos cualquier cosa por ocultar y mantener en el sótano. “La sombra es aquello que no se ha conectado con la luz, es aquello que aún necesita trabajarse”.

Todo positivo tiene su negativo y viceversa. De eso nos habla el arquetipo del Diablo. Podemos pensar con facilidad que la sombra es lo “malo” y “perverso” que nos habita, pero también pueden ser cosas que no necesariamente son dañinas o destructivas en nosotros mismos, pero que están ahí y que no aceptamos, que no queremos darles la cara.

El arcano del Diablo puede representarse en esa persona que por un buen tiempo estuvo a merced de los “placeres de la carne y los sentidos” y que tiempo después, vaya a saber por qué quiebre o revelación, termina convertida al espíritu, a la lectura de textos sagrados y evangelizando otras almas perdidas. Lo mismo se aplica a esos delincuentes empedernidos que “encuentran a Dios” estando en la cárcel y se convierten en “ángeles”. Todos estos cuentos de redención son un ejemplo de cómo opera la sombra.

Otro extremo se da en la gente que “se daña”, el clérigo que abusa de menores, el político que vende su alma por una cifra con varios ceros y que deja a miles de niños sin escuela… por ejemplo.

El arquetipo del Diablo tiene esa dualidad, nos puede llevar a esos extremos y es nuestra decisión estar ahí o salirnos. Creemos que la sombra nos amarra, no nos deja mover y resulta que siempre tenemos la opción de escapar de nuestros demonios. Por eso los personajes en la imagen están encadenados, pero con la cadena suelta. Por eso también tienen cola y están desnudos, porque simbólicamente representan la influencia de las fuerzas instintivas, los deseos profundos y reprimidos, la dualidad que nos habita.

El Diablo puede estar adentro de nosotros o provenir de los mandatos sociales. En todo caso, puede llegar a ser difícil diferenciar una cosa de la otra, porque la represión social puede llevarnos a que algo que queremos expresar finalmente lo reprimamos por temor a ser rechazados.

Sin embargo, el arquetipo del Diablo cumple un propósito sagrado: ayudarnos a aprender y comprender a partir de la experiencia de la dualidad. Por eso también nos asusta, porque si algo tiene es que nos confronta con lo que creemos único y estable, poniéndonos en la aterradora perspectiva de las fisuras y contradicciones de la realidad en la que vivimos.

Por ejemplo, el arquetipo del Diablo se manifiesta como ese impulso que le muestra al “homofóbico empedernido” que su supuesta lucha es realmente contra la incomodidad que siente frente a su propia homosexualidad. Esos son los juegos y vericuetos en los que nos mete el Diablo, que si tenemos la humildad de verlos en perspectiva y comprender el mensaje que traen, nos muestran mucho de nosotros mismos.

Como este hay muchas más formas que toma ese demonio… cada quien sabrá cuáles son los suyos porque piensa en ellos, duerme con ellos, los rumia y los oculta. Algunos demonios son placenteros y por eso también nos envician. Otros se vuelven ataduras que con el tiempo se vuelven un lastre… la cuestión está en saber qué hacer con unos u otros, cómo aprovecharlos.

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