Estoy seguro de que has estado en una de esas reuniones interminables donde no se resuelve nada y todos discuten y blandean sus egos como si fueran banderas y pelean por ganar y tener la razón, mientras sabes al mismo tiempo (o gracias a las notificaciones de tu móvil) que te entran y te entran correos electrónicos llenos de nuevas tareas y cosas por revisar, a la par que los mensajes de Whatsapp te llenan de notificaciones y te pueden estar saturando de noticias inoficiosas, divertidos memes con estupideces, pornografía rápida de tus amigos de cervezas o algún llamado familiar para que sirvas para algo.
La reunión termina envuelta en una niebla densa de desesperación donde las especies que están más arriba en la cadena trófica sacan sus uñas y dientes para revelar la ferocidad con la que defienden la privada ficción del poco y endeble poder que creen que tienen. Hace un tiempo llegué a una conclusión… dudo que sea nueva en el mundo, pero no la había hecho presente en mi vida concreta: la vida del trabajo es como una gran obra de teatro… todos llegamos al comienzo de turno, nos ponemos la máscara, a algunos nos corresponde sonreír y ser más amables que al promedio, y a otros les corresponde otro tipo de papel.
Todos tenemos nuestro papel, no importa la escena
El trabajo es como un show de payasos, pero no lo digo porque seamos graciosos, sino porque en todo momento nuestra actuación intenta agradar a los demás y porque estamos a toda hora pintándonos y deformándonos más y más la cara para parecer algo que no somos.
La cara de payaso evoluciona también con el tiempo; veo a nuestros impetuosos analistas, jóvenes llenos de energía, con pocos años de haber salido de la universidad, ávidos por hacerse otros tres posgrados, ojalá uno de ellos en Australia o Estados Unidos y llenos de ideas sobre cómo debería funcionar la compañía. Yo tuve esa misma máscara… y con el tiempo me di cuenta de que es más fácil cambiar de papel que transformar el teatro por mi propia cuenta… es un esfuerzo descomunal y muchas veces desagradecido.
Google y sus oficinas que se quedaron a medio camino entre un jardín infantil para adultos o un parque de diversiones de centro comercial, nos han puesto en apuros a las demás empresas porque ahora todos estos niños trabajadores anhelan poder actuar en un ambiente parecido al sitio de juegos donde los llevaban de pequeños cada fin de semana, para aquietar las atribuladas consciencias de sus padres que poco tiempo tenían para compartir con ellos durante la semana laboral.
Ahora el tema de las “generaciones” que conviven en un mismo espacio le pone un matiz más interesante a la obra de teatro, porque cada vez es más difícil uniformar a los actores y a sus papeles. Los Baby boomers ya van en franca salida (y decadencia) y sus fundamentales sobre el cumplimiento de la edad y los requisitos de jubilación capturan casi que toda su atención. Ahora quedamos los X–Gen que recibimos la confusa tarea de mantener un teatro serio en medio de unos pequeños actores que solo quieren hacer monerías para que les pongan caritas felices.
Los confundidos X–Gen nos debatimos entre la inseguridad baby–boomer, el afán de “trascendencia” de los millenials y la apatía e individualismo xentenial. Todo esto ocurre en medio de nuestra necesidad y afán de figuración, mezclado con la confusión que nos produce lo seductor de la actuación de cada una de estas generaciones… porque siendo francos, aunque en ocasiones pueden parecer desquiciantes, también tienen cosas valiosas que le están dando la vuelta a la obra. Tampoco digo que sea su culpa, simplemente crecieron en un ambiente que les dio la espalda a las socorridas teorías del “condicionamiento clásico” (Pavlov) y el “condicionamiento operante” (Thorndike y Skinner).
Crecer en un mundo casi sin castigos, casi sin dolor y casi sin frustraciones, te hace especialmente vulnerable a los cuentos de hadas tecnificados y a los inesperados golpes contra la pared de un mundo laboral altamente competitivo, duro, exigente, veloz y, en muchos sentidos, brutalmente cruel e inhumano. Por eso es que estos niños lloran inconsoladamente, porque la obra de teatro en la que vivían (crecieron) se parecía más a un capítulo de los ositos cariñositos que a la realidad de “Batman, el caballero de la noche asciende” (¿No te ha parecido alguna vez que tu jefe tiene la máscara del “cara de perro” enemigo de Batman (Bane)?). Esa es la vida en la mayoría de empresas.
Competir y sobrevivir el nuevo cáncer organizacional
La obra de teatro a la que nos vinculamos tiene, como cualquier ser vivo organizado, la obligación de sobrevivir para no morir. Si lo miramos desde otro ángulo, las empresas como un todo también representan un papel y tienen una personalidad (se ponen una máscara para actuar). Los genios del mercadeo lo saben y como cualquier extraordinario guionista, orquestan historias que todos los integrantes y el mercado se creen para actuar en la obra de una manera y parecer algo en concreto que, de una cierta forma, deberá traer en un rédito determinado.
Pero el nuestro es un sistema basado en la competencia. Desde que nacemos estamos compitiendo por la más variopinta gama de necesidades. Ahora se les dio por decirnos que tenemos que colaborar y trabajar juntos, pero sabemos que los aplausos son para pocos y a todos nos gusta sentir que fuimos protagonistas, no actores de reparto. Aunque muchos digan que no les importa, en el fondo quieren que su papel (cargo, posición) tenga un nombre rimbombante, especialmente uno que puedan poner en LinkedIn y que ojalá esté en inglés para que suene menos vergonzoso.
Esta competencia se hace cada vez más feroz y estrecha, tanto dentro como fuera del teatro de la empresa. Los actores salen costosos y en muchos casos es necesario prescindir de ellos… tantos como se pueda. Cuando esto ocurre, la obra se ejecuta ya sea desde el miedo o la apatía: ¿Quién quiere ponerle el alma a una actuación para que luego te saquen de ella en cualquier momento?
La nueva trampa de la felicidad en el trabajo
Hace unos diez u ocho años se daba buena impresión diciendo que entre tus papeles como actor o actriz está el de ser coach. Resulta que ahora ya todos saben de felicidad en el trabajo… ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es ser feliz? ¿Se puede ser feliz en el tipo de trabajos que tenemos la mayoría?
Cuando ponemos la vida en pausa, mientras cumplimos “la performance” de lunes a viernes (algunos mártires también deben hacerlo durante el sábado) debemos renunciar a ser quienes somos. Por eso es que reina el ausentismo, las incapacidades médicas, los permisos por todo, el anhelo de las vacaciones… y por eso es que la gente rejuvenece cuando regresa de un descanso prolongado
No es gratis que se haya desatado toda esta oleada de “felicidad en el trabajo”. A veces, cuando la obra se suspende y nos quitamos la máscara para almorzar, me gusta preguntarle a los actores que me acompañan: Si el dinero no fuera un problema ¿Qué te gustaría estar haciendo con tu vida?
Hasta ahora NINGUNO, óigase bien, ¡Ninguno! Me ha dicho que hacer lo que hace en la empresa o incluso seguir en este teatro… curiosamente casi todos respondemos cosas relacionadas con un arte, con algo de servicio, aprendizaje, agricultura, viajes, exploración… cuando recibo esas respuestas veo rostros reales y brillos en los ojos, las máscaras de inmediato se hacen a un lado, es como un breve “nirvana” mientras se pronuncia la respuesta…, pero luego volvemos a la realidad y aterrizamos de barriga contra un duro y áspero suelo de grava, como si fuéramos un pesado avión de carga que se ha quedado sin combustible y al que se le apagaron los motores.
¿Por qué queremos huir de la obra? ¿Por qué ese anhelo de días libres y de descansos? ¿Será que en el fondo todos sabemos que dejamos de ser nosotros mismos? Somos unos actores contradictorios, porque cuando no tenemos trabajo también anhelamos esa artificiosa seguridad que nos da el tenerlo.
Me sigue pareciendo una contradicción lógica el cuento de la felicidad en el trabajo. No porque sea imposible… también he sido feliz en algunos trabajos… sino porque se ha vuelto tan desesperada su búsqueda que termina siendo una cuestión forzada, tan forzada como el maquillaje, la peluca, el atuendo y los enormes zapatos de payaso que nos ponemos y con los que intentamos caminar hacia un lugar que ni siquiera sabemos qué es.
[…] y probados para caer mal y que nadie te aguante / Cuando abra la boca, hágalo sin cagarla / El trabajo es una obra de teatro llena de payasos / La maestra y […]
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[…] con la máscara puesta: Las organizaciones y el trabajo son como obras de teatro llenas de payasos. Todos asumimos papeles y seguimos un libreto. Para poder funcionar nos ponemos [o nos dejamos […]
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Buenas noches,
No, hasta hoy creo no haber comentado en tu magnífico Blog, sin exagerar lo digo y por supuesto creo, desde hace tiempo. De este artículo -además de identificarme-, fíjate, que me ha erizado..:
«No es gratis que se haya desatado toda esta oleada de “felicidad en el trabajo”.
Me explico, justamente plasmas mi principal sentimiento y pensamiento, cuando por ejemplo constato como la voraz publicidad se ha adaptado (anuncios en TV, radio, etcétera) a la grave situación que atravesamos en un abrir y cerrar de ojos; prometiendo bienestar, salud, »felicidad a raudales». Se propuso (medida italiana en principio) salir a las ventanas, balcones y aplaudir al personal sanitario una noche –al día siguiente se propuso de nuevo, pero un par de horas antes, por dar mayor cabida a los menores (las 22:00 era demasiado tarde incluso sin ir al colegio); días más tarde, se acaba saliendo al balcón para felicitar y aplaudir »al Ortega», hoy mismo, y vuelta con la »felicidad a raudales».
»Felicidad a raudales» mediante el »entretenimiento». Nada es gratis, muy cierto.
Enhorabuena, usted si que sabe escribir.
Saludos.
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Comparto por acá un comentario que me hicieron vía Whatsapp:
Directa, sarcástica y es una parte de la realidad laboral indiscutible (dímelo a mi que todos los días soy espadeando y esquivando egos, recibo muchas tareas diariamente en las que muchas veces me siento forzada a dar cada vez más y a estar pensando en estrategias para ser más productiva, para que la «máscara» la vean muy flexible, comprometida y orientada a resultados, otros han recibido aplausos por mi trabajo y sí, es un sistema altamente competitivo), eso es real.
Está pregunta es muy tesa porque también me le he hecho: Quién quiere ponerle el alma a una actuación para que luego te saquen de ella en cualquier momento?
Sabes qué? Creo que el amor incondicional desde la mirada «Dar sin esperar» lo debo poner en práctica en el escenario laboral, este a diferencia de otros escenarios, es el escenario gris en el que sabes que aunque des lo mejor de ti, con una alta probabilidad en cualquier momento te dan la patada o en el mejor de los casos, haces 99 cosas bien y 1 cosa falla y ese es el foco de atención.
Pero finalmente la responsabilidad termina siendo mía, en el sentido de cómo lo vivo y la forma como me permito disfrutarlo, creo que al final se trata de dar lo mejor sin esperar nada y dar lo mejor por el simple hecho de que algunas de las cosas que hago laboralmente tienen impacto en algo o en alguien de forma positiva así sea indirectamente.
Es algo romántica mi reflexión 🤭
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Genial! En primer lugar agradecerte por compartir todo esto que nos dices y tomarte el tiempo de escribirlo.
En segundo lugar, siento que cada payaso vive su propia «tragedia», una zona oscura de la cual no puede salir, la cuida, la defiende y al tiempo, es su propia cárcel. Es una víctima y su propio verdugo.
Saludos!
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Pufff, tocas un punto fuerte, el de la «tragedia», no lo había visto así, pero tiene un fondo tremendo, y hasta sobrecogedor, porque es como una tabla flotando en el mar, de la cual nos agarramos para mantenernos a flote. Una metáfora muy potente. Gracias por tu comentario.
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Totalmente de acuerdo con lo que escribes Paulo, de hecho, me han surgido algunas ideas para escribir en mi blog. Hace poco estoy inmerso en un universo que lo considero paralelo a lo que venía acostumbrado, trabajando con lo que ahora llaman Millenials, y me he cuestionado muchas cosas de las que venia acostumbrado a más de 20 años de servicio a empresas grandes y «tradicionales» como las llaman algunos… siempre he dicho que cuando no perteneces a un sistema, de alguna manera este te saca del juego, sea por decisión propia tuya o alguien más se encarga de que salgas… y si que lo he visto en el nuevo universo en el que ando. Las reuniones son la mejor manera de dilatar un proceso, no niego que algunas son productivas, pero de esas pocas… soy partidario de reuniones cortas, concretas y de poca continuidad. Y respecto a que las empresas son un circo de payasos, tienes mucha razón, y a veces también lo comparo con una telenovela, donde existe el malo, la víctima, el salvador, y un montón de personajes de relleno que no hacen más que darle temporadas a una historia que se seca a los pocos meses de ser estrenada… ¿qué tal hacer una entrada de estas desde mi punto de vista en mi blog? jejeje. Muy bueno tu escrito, identificado con el 100%
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Gracias por tus comentarios… me dejas ideas rondando en la cabeza con relación a los personajes y qué hacen en esa comedia… no se me había pasado por la mente, pero puede ser una buena continuación de esta reflexión.
Frente a lo que dices de que el sistema en el que no encajas te va sacando, indudablemente que sí, o te saca o terminas hartándote y escapas hacia algún otro lugar donde encuentres el equilibrio. De fondo, lo que pretendo, es no seguir echándome cuentos…
Gracias de nuevo por pasarte por aquí. Si lo quieres rebloguear, también te agradezco.
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