En esos momentos fuera del trabajo, cuando sales con tus compañeros a un bar a tomarte unas cervezas y hablamos de las realidades [y tabúes] que no se tocan en la oficina, es que te das cuenta de que el cuento de la tal “felicidad en el trabajo” es completamente irreal. Tan amargo e infeliz se ha vuelto “trabajar”, que alrededor de la etérea idea de la felicidad se ha generado toda una línea de negocio para “dizque hacer” que la gente logre ser feliz trabajando.
De cualquier modo, no quiero quedarme sin preguntarme por qué trabajar termina siendo tan insípido y desgastante; por qué la tal “felicidad en el trabajo” es un ideal cosmético que nos han querido vender desde el utópico mundo de Sillicon Valley, especialmente lejano a la irrealidad de países con alto desempleo y subempleo como los nuestros y con una masa laboral cada vez más hastiada.
Las posibles causas
El trabajo por necesidad: Los contratos ponen formalidad y claridad a la relación laboral, pero también son la principal fuente de rigidez. Consecuente con lo anterior, cuando llevas una temporada en un mal empleo o desocupado (lleno de deudas), aceptas de buen agrado y hasta con optimismo la nueva oportunidad. Pasado un buen tiempo, te das cuenta de que estás en un lugar en el que no quieres estar, pero “te toca”. De nuevo estás en el ciclo de “apagar la vida” y volver a encenderla los fines de semana, en las salidas al bar o en los quince días de vacaciones.
La presión de los plazos: Cada vez es más feroz el ritmo y la velocidad con la que andan los negocios. El juego ahora se llama productividad y agilidad. No hay tiempo para nada, ni siquiera para pensar… y el que “piensa”, a los ojos de la mayoría, se ve lento… ¡Porque aquí lo que necesitamos es gente que haga, gente de acción! Así nos lancen al abismo.
El mantra del “más con menos”: Mencioné la productividad… movida por la presión de la rentabilidad y la competencia. Los márgenes son cada vez más difíciles de conseguir y las ganancias se obtienen vía ahorros que indiscutiblemente empiezan por tener pocas personas haciendo y produciendo cada vez más, o lo que es lo mismo, lo que antes hacían dos personas ahora lo hace una sola… Esto es exigir el máximo y pagar el mínimo. Nos embarcamos en fuertes objetivos de desempeño, hacemos evaluaciones y seguimientos que corren a la par de cargas de trabajo que crecen y crecen sin parar. Mientras más demos, mejor… y todo por el mismo salario.
Soportar un mal jefe: A esto se suma el problema proverbial de los jefes insoportables que tanto abundan. Por más que les invirtamos en programas de desarrollo y coaching, no dejan de ser esos pequeños egos que actúan como unos hijos de puta con un miligramo de poder porque encima de todo saben bien que, pese a su mala leche, así han subido raudos y veloces por la escalera corporativa.
Vivir con la máscara puesta: Las organizaciones y el trabajo son como obras de teatro llenas de payasos. Todos asumimos papeles y seguimos un libreto. Para poder funcionar nos ponemos [o nos dejamos poner] una máscara que determina cómo actuamos, cómo pensamos y, en general, cómo nos hacemos predecibles dentro de un papel esperado. La cuestión es que si somos nosotros mismos tenemos riesgo de salir lastimados o de tener que pasar por alguna oficina (en el más vomitivo de los casos, la de Gestión Humana) para que te vuelvan a “alinear” con una breve explicación sobre “cómo son las cosas aquí y que en adelante esperamos que actúes de esta u otra manera…”.
Estar muy abajo en la “cadena trófica” y la burocracia: Las jerarquías terminan siendo sistemas organizados para convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil. Así es como compramos costosos sistemas de información que, en vez de trabajar para nosotros, nosotros trabajamos para ellos. Paralelamente, montamos metodologías y herramientas de gestión, la última técnica “americana” de productividad probada en 3M, GE o IBM y sin darnos cuenta terminamos llenando cuatro formatos nuevos que antes no necesitábamos y que años después desmontaremos porque nos dimos cuenta de que no servían para nada.
Los procesos los llenamos de pasos innecesarios y controles que confirman el creciente ambiente de desconfianza y montamos estructuras enteras para “vigilar”. Todo se complica y se enreda. La desidia se apodera de todos y nadie quiere emprender nada para evitar ahogarse en papeleo y en más temas para responderle a la auditoría.
Crecimiento laboral ¿Para dónde?: Entonces las estructuras son cada vez más planas. Estos “pichones” de ahora llegan a mi oficina a preguntarme qué oportunidades de carrera tienen y miro alrededor… lo pienso, aunque no lo digo: “Alguien tendrá que morir… y en tal caso, no serás tú ‘cachorro’ quien lo reemplace”. En la mayoría de nuestras empresas es una quimera prometerle una carrera a un joven de estos. Al primer problema de resultados o a la primera reestructuración lo que primero se hace es reducir la plantilla de [costoso] personal; ese fantasma es permanente, lo he visto infinidad de veces ¿Quién puede prometer algo responsablemente? Seguimos creyéndonos muchos cuentos.
Falta de reconocimiento: Hagas bien o hagas mal, en las empresas fracasamos todo el tiempo con nuestras acciones de reconocimiento. Es más, somos más propensos a los incentivos perversos, es decir, le damos más al empleado “malo” en vez de darle al “bueno”. Por ejemplo, horas de coaching al “malazo” a ver si se “arregla” y más asignaciones de trabajo al “bueno” hasta reventarlo porque se sabe que el malo no cumplirá.
Desconectados de nuestras pasiones: ¿Cuántos hacemos lo que de fondo nos gusta hacer? Si el dinero no fuera un problema ¿Estaríamos dispuestos a trabajar en lo que ya hacemos sin recibir sueldo? Solo por el placer de hacerlo… Lo dudo mucho. Los trabajos convencionales tienen alto riesgo de convertirse en monótonos y repetitivos si nos descuidamos. Muchos somos buenos para cosas que en muchas empresas ni siquiera son necesarias… pero hay que trabajar.
Pocos [y mal vistos] descansos: ¿Has visto la cara de satisfacción de la mayoría de personas justo ese día y a pocas horas de salir a vacaciones? Es como un aire de triunfo y liberación que roza con lo inspirador; ni hablar de lo rejuvenecidos que volvemos luego de las vacaciones ¿Acaso es lógico que uno quiera escapar de algo que le gusta y le apasiona de verdad? ¡Noooo, esa es su vida! Por eso digo que apagamos la vida en el trabajo para sobrevivir y conseguir lo necesario, para vivir de verdad en el poco tiempo libre que nos queda.
Un montón de territorios a defender: Muchas empresas en las que he vivido son pequeños feudos gobernados por el inestable ego de su “jefe”. Entonces estos egos se enfrentan en batallas campales que desvían la atención de una realidad central: “Todos trabajamos para el mismo bolsillo”. Los feudos se protegen y combaten entre sí como si fueran una causa personal en la invisible historia que algún desconocido (accionista) ha creado. Es una cuestión abiertamente psicótica.
El ser reemplazables: La frase de “Lo que más nos importa en esta empresa es el talento” la he escuchado infinidad de veces… y se sostiene hasta la siguiente crisis cuando hay que reducir el 35% de la plantilla. Lo mismo se da cuando no encajas en la historia o no le gustas a alguien que está arriba en la cadena trófica; simplemente es una decisión que se ejecuta: ¡Ya no te queremos aquí, te vas y punto! Luego llega alguien más. Por eso el cuento de la “retención del talento” me rastrilla a veces, pero es fantástico para darle tema a varios consultores. Ya anidan entre nosotros la robótica y la inteligencia artificial; ahora menos que podremos poner esa sonrisita hipócrita para hablar de “talento” cuando nos ofrecen un software robótico que hace el trabajo de cuatro personas sin pedir permisos, enfermarse, tener licencias, vacaciones, variaciones emocionales o interesarse en formar sindicatos.
La cortedad de visión (poco eco a las ideas): Queremos proponer ideas y verlas realizadas, pero en muchos casos las ideas y las decisiones llegan tan lejos como la cortedad de miras de los líderes de la organización o las trabas impuestas por los filtros de la burocracia institucionalizada. Sale la idea, es viable, pero hay que llenar cuatro formatos, hacer ocho reuniones, formar un comité y luego pasarlo a otro comité que “decide” sobre la idea; para cuando finalmente se ejecuta han transcurrido tres meses y la idea ya no se parece a lo que inicialmente se aprobó o simplemente se recibe la respuesta de que ¡No se puede hacer!
“Torear” muchos caraduras y mediocres: Las organizaciones y los equipos de trabajo, sobre todo si son grandes, actúan como una cortina perfecta para encubrir la mediocridad y la mala leche de muchos empleados. El problema es que en la mayoría de los casos somos lentos para tomar decisiones sobre esas personas y a alguien más bueno se le recarga de trabajo porque de otro modo no se cumpliría.
Navegar en un mar de incoherencias: Por último, y casi a manera de conclusión, las compañías terminan construidas en medio de un montón de incoherencias y discursos vacíos que se contradicen permanentemente con la realidad. La coherencia es un milagro difícil de encontrar y en muchos casos es brutalmente difícil de sostenerla.
Parece un panorama bastante pesimista, pero más allá de eso, es lo realista y generalizado que luce. Claro que hay excepciones, las conozco, pero no pasan de ser lo que son: “solo excepciones” a una regla que a todas luces es complicado resolver mientras persistan muchos problemas de fondo. Por eso no me trago el cuento de la “felicidad” en el trabajo, no mientras no hagamos la tarea de corregir mucho de lo que acabo de mencionar.
😦
Mi trabajo me gusta pero no me apasiona, trato de hacerme tiempo para hacer cosas que realmente me dan placer. A mi edad a no puedo cambiar radicalmente de trabajo porque el que tengo actualmente me permite vivir y mantenerme.
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Tocas un punto crítico: el apasionamiento. No lo menciono en la entrada, pero hacemos una gran cantidad de cosas que difícilmente pueden llegar a apasionar a alguien. Muchas de las actividades del trabajo terminan siendo un montón de tareas estériles y algunas sin sentido. Gracias por pasarte por aquí.
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