La trampa de dolor

El dolor puede parecerse a las cavidades del caparazón de un caracol. Huyendo del dolor central, vamos añadiendo y añadiendo otros dolores hasta que olvidamos el dolor principal. El dolor se nos vuelve una costumbre.
El dolor puede parecerse a las cavidades del caparazón de un caracol. Huyendo del dolor central, vamos añadiendo y añadiendo otros dolores hasta que olvidamos el dolor principal. El dolor se nos vuelve una costumbre.

La experiencia y mi práctica me vienen mostrando con contundencia el peso que tiene la compulsión por evitar el dolor. Discrepo de quienes afirman que vivimos en medio de una tendencia cada vez más arraigada hacia el hedonismo, la búsqueda del placer y la auto–gratificación porque, contrario a esa explicación un tanto simplista, lo que observo que experimentamos es una huida permanente del “dolor” o de la experiencia que hemos construido alrededor de la idea del dolor.

En este sentido, asumo que lo que hemos desarrollado es la adopción de una serie de patrones “preventivos” (antes de…) o “paliativos” (en medio de…) de ese supuesto dolor.  ¿A qué me refiero? La huida del dolor engendra dolores nuevos. Hacemos infinidad de cosas todos los días para terminar embarcándonos en nuevos dolores creyendo que estamos evitando que el dolor original aparezca. Toda esta explicación podría parecer un galimatías, pero creo que un ejemplo sencillo puede ilustrar el punto:

Originalmente podemos temer al dolor que cause el deterioro de nuestra imagen pública, que se deteriore lo que otras personas juzgan y opinan sobre nosotros, entonces, para evitar que “nos dejen de querer” y tener que soportar ese dolor, hacemos otras cosas que de una forma u otra nos generarán dolores nuevos posteriormente: gastar en lujos exagerados para representar y sostener un estatus social, hacer concesiones auto–lesivas para complacer a otros, guardarnos nuestras opiniones para no desagradar, caer en costumbres que no compartimos, decirle sí a todo, temer decir que no y poner límites, etcétera.

El dolor no es solo una sensación en el cuerpo, el dolor es también una contracción en el alma. La trampa es simple y personal, la cuestión está en darnos cuenta cómo hemos jugado el juego todo este tiempo, para qué lo hemos jugado y qué es lo que hemos evitado. Un camino puede ser hacernos conscientes de las respuestas a las siguientes preguntas:

  • ¿Qué cosas estamos haciendo o dejando de hacer para evitar el dolor?
  • ¿Cuál es el dolor al que le tememos? ¿Cómo es ese dolor? ¿Cómo luce? ¿A qué se parece? ¿Cómo huele?
  • ¿Para qué sigues en ese juego? ¿Qué es lo que te mantiene tranquilo ahí?
  • ¿Cuál es el riesgo que asumes saliéndote de ese círculo vicioso?

Probablemente habrás notado que no hay dos respuestas iguales en el mundo. Cada uno de nosotros configura su propia trampa de dolor y cada uno tiene el poder de salir de ella.

 

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6 comentarios en “La trampa de dolor

  1. Creo que el problema aquí es que el dolor va de la mano con lo que opinan otros (no querer desagradar, no poder decir que no, dañar la imagen pública). En cuanto entiendas que el resto no importa y que lo más importante es que tu estés bien contigo, ese dolor desaparece o al menos disminuye, considerablemente.

      • Exacto, entonces para qué quedarse pegado en esas opiniones. El dolor interno por algo personal, te creo, y es más difícil querer evitarlo, más difícil poder evitarlo, al final como que se convive con él y ya, está bien; pero ese que viene por los demás, noooo.

      • De acuerdo contigo, el espectro es amplio. Lo que acabas de mencionar amerita un desarrollo posterior y más amplio… con un tinte más budista (como me gusta…). Creo que me falta añadir que el dolor es básicamente un síntoma del «apego»… y por eso te digo que solo de eso amerita más trabajo.

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