Somos unos “prostitutos”, manipuladores y miedosos. Ya sea que se trate de dejarnos «obligar» a tomar licor a la fuerza o de justificar la compra de tonterías que no necesitamos, vivimos echándonos el cuento de que somos muy libres y dueños de nuestras decisiones. Haz la cuenta de cuántas son las cosas a las que les dices que sí y a cuáles les dices que no. Luego haz un ejercicio de descarte para ver cuáles de esos “síes” o “noes” en verdad son tuyos… pero hazlo “de verdad, verdad”.
Por qué somos unos “prostitutos”
El DRAE define la palabra prostituto (ta) como una “persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”. Algunos habrán llegado al feliz lugar de las relaciones sexuales… pero acá el punto va más allá: ¿Cuántas veces decimos que sí para obtener otra cosa? Sí, acéptalo, todos tenemos un precio. Algunos más alto o más bajo que otros, pero precio al fin. El contraste tal vez esté en que somos transables con monedas diferentes.
Si empiezas a sentir cierto aire de indignación tal vez no te has revisado lo suficiente. Te voy a dar algunos ejemplos: ¿Cuántas veces le dijiste que sí a hacer algo que no querías solo para no desentonar con los demás? ¿Cuántas veces le has dicho que sí a hacer algo que no quieres solo por dinero o por “sobrevivir”? ¿Cuántas veces le has dicho que sí a una relación con alguien que no te aporta solo por no quedarte solo (a)? ¿Cuántas veces seguimos cediendo ante una vida que no queremos solo por no perder un gramo de comodidad? A esto me refiero, al “sí” por intercambio, no al “sí” decidido y genuino, sino al sí para poder obtener algo más. Este es un sí “prostituto”.
Pero hasta acá va el lado del “sí” que se vende. Por otra parte también tenemos el “sí” del que compra, el “sí” del que condiciona y obliga: ¿Cuántas veces no has condicionado un sí tuyo a cambio de que alguien haga algo que te importa? Algo como “Si haces esto, entonces te doy aquello”; es tan prostituto el que vende como el que paga. Al final ambos se están beneficiando, solo que la moneda de intercambio tiende a quedarse en uno de los lados. Manipulación pura, de frente o soterrada, pero manipulación al fin y al cabo. Somos unos “prostitutos”: ¿Cuánto vale tu “sí”?
El “No” con culpa
Me he criado en una cultura latina donde tendemos a un lenguaje de forma exagerada, rimbombante y llena de adornos. Damos demasiadas vueltas para decir las cosas, nos cuesta ir al punto. Cuando somos asertivos, claros y directos es en cierta forma un estilo de comunicación que la mayoría encuentra ofensivo y “sujeto a corrección”. En mi trabajo he escuchado varios comentarios o juicios del estilo: “Hay que hacerle un plan de desarrollo a tal persona porque es muy directo para decir las cosas…”, y cuando voy a ver, resulta que es alguien que simplemente dice lo que tiene que decir y no se guarda casi nada… también hay varios grados de “patanería con sistema”, pero esa es otra discusión.
También he tenido el gusto de compartir con personas de otras culturas más “pragmáticas” donde las cosas se dicen directamente y he tenido la posibilidad de establecer un punto de comparación. En mi cultura, por ejemplo, cuando terminamos de cenar y nos preguntan si queremos un poco más de comida, decir que sí inmediatamente se toma como una especie de “delito” y “mala educación”; entonces aprendes a que hay que decir que “no” varias veces, mientras te ruegan un par de veces más y luego haces la payasada de que “cambias de opinión” para terminar diciendo que sí.
Somos tremendamente complicados en nuestros códigos sociales. Por otra parte, cuando simplemente eres directo y de una vez contestas que sí quieres un poco más de comida, causas sorpresa y hasta algunas miradas inquisidoras. Tal vez sea la vida en el trópico, donde el tiempo nunca cambia, donde no hay afán, donde siempre se puede decir que sí y luego reparar las cosas cuando nos damos cuenta de que se debía decir que no. Quién sabe…
Esta misma cultura también ha construido una especie de mito frente al “no”. Negarse a algo es una especie de afrenta contra la inercia social. En una sociedad tremendamente individualista, también hay que decirle que sí a lo que la mayoría de la gente hace. Si te niegas eres una nueva categoría de hereje.
Nos da mucha vergüenza decir que no porque también tenemos mucho temor a ser rechazados, porque decir que no también requiere de valentía la mayoría de las veces. También tenemos miedo de no ser queridos, porque a muchos “prostitutos” nos condicionaron para que nos costara decir que “no”.
Poder decir que “no” nos dignifica. Estar obligados a tenerle que decir que “sí” a todo nos esclaviza. Esa es la sutil diferencia que rara vez nos enseñan a comprender. Como me dijo alguna vez un maestro que tuve (Bob Dunham): “Decimos que no cuando decir que sí es un verdadero desastre (y viceversa…)”.
El “Sí” con miedo
Entonces si ya te queda claro el “no con culpa” te quedará fácil deducir por qué decimos sí con miedo. Hay “síes” de “síes”, es decir, está el sí “esperado”, el sí que todo el mundo asume que será contestado, el sí que es normal, el sí por el que pareciera que no hay que responsabilizarse. Por otro lado está el sí inesperado, el “sí” que rompe el “no”, el sí de la cordura, el sí crítico, el sí contrario a todo, el “sí propio” que parte de mi convicción por mi camino, no importa que sea este correcto o no, pero finalmente es el sí que es producto de mi decisión.
Tanto decir que “sí” como decir que “no” desencadena acciones; en ambos casos nos hacemos responsables de lo que decidamos
Prevenir el camino al arrepentimiento
Muchas veces me da la sensación de que el arrepentimiento es una duda postergada. Sé que esto suena extraño, pero es como si nos quedara una duda permanente y posterior sobre qué hubiera pasado si hubiésemos dado otra respuesta. Son los juegos de la mente sobre lo que hubiera pasado si en un momento crucial hubiéramos dicho que sí o que no.
Respondemos siendo quienes somos. Nadie dice que sea simple, respondemos con lo que tenemos en el momento, con lo mejor que podemos ver. El punto es saber al final si lo que respondemos afirmativa o negativamente realmente “es lo que es” desde el fondo del corazón, sabiendo qué es lo que queremos para nosotros y para nuestra vida, o sencillamente se trata de una forma de agradar o impresionar a alguien más.
Antes de responder, nada más pregúntate: ¿Este “sí” o este “no” es mío o de quién? ¿Esto que acepto o rechazo se hace cargo de cuidar algo que realmente me importa? ¿Estoy buscando la aprobación o el beneplácito de alguien más? Respondiendo con conciencia, con dignidad, con firmeza, tal vez no haya nada de qué arrepentirse después.
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