
El ciclo eterno de renovación
Este es quizás uno de los arcanos más míticos y controversiales dentro de la simbología del Tarot. Desde luego hablar de la muerte, especialmente en una cultura como la nuestra, se asocia con pesar, dolor intenso, vacío, oscuridad, incertidumbre, abandono y miedo…
Dejar el cuerpo físico y cerrar un ciclo vital desde luego que es muerte, es imposible y hasta ingenuo pretender desconocer esa realidad o intentar darle otro nombre. También es necesario darle su debido lugar en el ciclo natural de la vida y reconocer que es necesaria como un cambio de estado y de lugar.
Si se pudiera englobar la idea de la muerte, podría ser en esta bella y profunda idea: transformación. La muerte no es más que eso, un cambio de estado para cualquier cosa que se manifieste en este plano de existencia. Lamentamos varias muertes, pero son muchas más las que son necesarias y traen alivio porque cierran ciclos y activan una nueva continuidad. Hay muchas cosas que no comprendemos de la simbología de la muerte.
El arquetipo de la Muerte es un gran consejero porque nos invita a aprovechar mejor la vida, a no posponer y a dar sentido a cada cosa que hacemos. Como dicen por ahí, estamos acostumbrados a “vivir como si nunca fuéramos a morir y morimos sin nunca haber vivido”. El arcano de la Muerte nos enseña a vivir en plenitud la vida, a entender el complejo y profundo valor que tiene nuestra manifestación en esta Tierra.
La Muerte, cuyo ángel camina a nuestra izquierda, nos sirve como guía para tomar decisiones e identificar qué es lo que de verdad queremos. La Muerte es la que nos da una medida de referencia con relación a la profundidad de los momentos y la idea de la limitación del tiempo. Si supieras que morirás dentro de un mes o dos ¿Qué harías? ¿Qué sientes que estás dejando de hacer? ¿Cómo quisieras que esté tu vida al momento de morir?
Cuando nos dedicamos solo a sobrevivir, a comer y a respirar, estando completamente desconectados de la realidad de la consciencia, estamos anclados en el arquetipo en sombra de la Muerte. Aunque suene irónico y contradictorio, el arquetipo de la Muerte nos habla de conectarnos conscientemente con la vida. Valoramos la existencia y la vivimos al máximo cuando somos conscientes de que la muerte está a la vuelta de la esquina, de que puede llegar a nosotros en cualquier momento.

Cada ciclo que hemos afrontado en la vida ha representado un nacimiento y una muerte. Eso es completamente inevitable y funciona por igual para todos nosotros como humanidad. La muerte siempre es necesaria como ritual de paso para indicar que lo anterior termina y que nos corresponde renacer a una nueva realidad.
Nuestra cultura ha matado casi que todos los rituales de paso y por eso vamos por la vida dando tumbos sin saber quiénes somos ni dónde estamos; en la mayoría de culturas originales hay rituales para marcar los momentos más significativos de la vida: el paso de la niñez a la juventud o adultez, los cambios corporales, la preparación para asumir posiciones dentro de la comunidad, la unción como guerrero o guerrera, el matrimonio, la transformación espiritual, etc.
¿Qué son los rituales para nosotros hoy día? ¿Cuáles son? Realmente quedan pocos y, los que existen, se contaminan [extremadamente fácil] con cuestiones superficiales de forma que le quitan su significado simbólico de fondo. Eduardo Galeano tiene una buena reflexión en este sentido:
“Estamos en la plena cultura del envase. El contrato de matrimonio [y la fiesta] importa más que el amor; el funeral más que el muerto; la ropa más que el cuerpo; el físico más que el intelecto y la misa más que Dios. La cultura del envase desprecia los contenidos”.
Hay mucho qué matar en nosotros mismos. Suena fuerte, pero así es. No nos gusta admitirlo porque todo eso a lo que nos aferramos también aporta a nuestro sentido de identidad y a darnos cierto piso con el que nos sentimos cómodos. Sin excepción, la Muerte nos obliga a desacomodarnos. Morir en vida nos obliga a desintegrarnos y a volver a juntar las piezas en una forma nueva, lo que es siempre una transición aterradora o esperanzadora, según como la veamos.
La Muerte, como acto y arquetipo, no es ni buena ni mala. Es solo un fenómeno fundamental para la sostenibilidad de la vida en este cosmos; como individuos y como sociedad, no escapamos a esa realidad. Si de verdad la comprendiéramos, debería ser más un motivo de celebración porque después de cada muerte viene un renacimiento, una renovación.
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