Tal vez sea una perogrullada decir que abundan los gurús, los libros y las conferencias sobre liderazgo con sus socorridos consejos para convertirnos en “buenos líderes” o en una versión terrestre de seres iluminados con línea directa al Creador. Muchas veces me pregunto si todos esos que escriben sobre liderazgo y se esconden detrás de un libro serán reflejo de eso que pregonan o por lo menos tendrán experiencia siendo lo que dicen. Genial por ellos y sus utopías (y sus éxitos en ventas…).
Durante las próximas tres entregas navegaré por las características de aquel jefe que no queremos ser o que no queremos padecer. Estas no serán las palabras de un gurú, sino las de alguien, que como tú, ha vivido o ha presenciado esta cadena de adefesios. Veamos:
Un ego inflado y un marcado sentimiento de importancia personal. Este es el jefe que camina [levita] con la máscara y el traje puestos. Se creen tanto el ensueño de su megalomanía que terminan pareciéndose más a una caricatura de sí mismos. El mundo empieza y termina en ellos, precisamente en la muralla que le han puesto a su propia inseguridad y a la cadena de miedos que esconden. ¿Miedo a qué? Eso es relativo. Lo esencial es permanecer encubriendo el terror al vacío interior.
Implacable con los errores, y tacaño con el elogio genuino. Este ser trata a los demás como se trata a sí mismo (a), aunque suene a contrasentido. Esto facilita la protección del asustado ego inflado: “si señalo permanente los errores del equipo, favorezco la inseguridad de la gente y un equipo inseguro se equivoca más; mientras más se equivoquen, parecerá que me necesitan más porque el que sabe y puede en realidad soy yo”. Si el pensamiento del jefe sigue esta aberración, mucho menos va a elogiar: “los elogios sólo los merece la estrella del show, o sea ‘yo, el jefe todopoderoso’ que vino a solucionar los estragos que hicieron ‘ustedes’”.
Consecuentemente, a este remedo de líder ni siquiera se le pasa por la cabeza desarrollar a la gente y promover el aprendizaje propio y de su equipo. Tal vez la idea más cercana que tenga sobre desarrollo son esas lejanas invitaciones que le llegan desde Recursos Humanos (o de quien sea) para “capacitar” a su gente, no sin antes pensar que esa es una pérdida de tiempo y que la “gente está es para producir”. En entradas posteriores hablaremos del generalizado temor a “que me corran la silla” si alguien intenta saber un poco más que yo y de la dificultad para obtener lecciones aprendidas de la gestión.
Esta clase de jefe es un estupendo promotor del statu quo. Generar cambios, retar los principios, innovar, crear, buscar mejoramiento o simplemente divertirse variando la rutina es una tremenda amenaza al endeble y predecible mundo que pretende sostener. Se le puede colar con facilidad la frase de que “las cosas nuevas casi siempre son modas”. Posiblemente tenga razón, pero si ni siquiera prueba ¿Cómo hace para saber que eso que se ensaya es una moda y que su efecto es pasajero? ¿Y qué tal si no lo es? ¿Qué tal si lo nuevo representa un estupendo re-diseño?
Esta ecuación de inseguridad, poco elogio, confusión, egocentrismo, aversión al aprendizaje y comodidad en el statu quo, genera un equipo miedoso y poco productivo que va camino a meterse en problemas. Este jefe sobrevive en la creencia de que “ellos son ellos y yo soy yo”; no tiene ningún reparo en “echar al agua” a su gente cuando se equivocan y son cuestionados por otros. Está lejos de comprender que los errores de su equipo primero son sus errores como líder y que externamente debe dar la cara por ellos; poco a poco fortalece los pilares de la deslealtad y la mediocridad ¿Quién va querer quedar en evidencia y mucho menos hacerlo producto de un error?
Este jefe se roba el crédito de lo que hizo su gente. Sale a ser el contra-ejemplo y se pone la máscara del trepador; si lo ve conveniente para sus intereses promoverá el chisme y la intriga echándose el crédito de haber “salvado” la entrega porque tal o cual no pudo, o queriendo hacer creer que la idea brillante y oportuna vino de él o ella. El problema es que esto lo ven y lo saben tanto su gente como su equipo de pares; esto tarde o temprano dispara otra cadena de comentarios que promueve un círculo vicioso de desconfianza, rabia y frustración. Este jefe trepador termina atascado en su propia trampa.
He visto con cierta curiosidad que estos especímenes admiran o siguen a otro mal jefe. Se identifican con un contrasentido que ven como una aspiración; si tienen la suerte de pertenecer a una organización donde esta clase de conductas se premian con ascensos, más poder y aumentos de sueldo, la cosa naturalmente se complica.
Finalmente, y con la intención de dejar una reflexión: ¿Te has visto siendo jefe y cayendo en alguna de estas “mañas”? ¿Las has tenido que padecer? Insisto en que la naturaleza se equilibra, y cuando nos pone en el camino esta clase de jefes nos muestra el contra-ejemplo de los líderes que queremos ser de verdad. Indudablemente de esta clase de eventos aprendemos… pero al revés ¿Quién dice que no?
En las próximas entregas revisaremos las “aberraciones” en el trato y en el estilo de gestión.
Gracias por dejar tus comentarios, experiencias y percepciones. Si sabes de alguien a quien le sirva esto, compártelo.