16. La Torre de la destrucción

Romper los esquemas del ego

Las prevenciones y los rechazos son narraciones ejecutadas, son creencias en uso. Todos hemos construido una gran torre con todo eso, apilando cada idea, una a una, para luego darnos cuenta de la prisión que hemos construido. Muchos ya lo hemos vivido: esa ruptura amorosa que decidimos e impulsamos por nuestra cuenta (por más que nos doliera), esa renuncia al empleo de hace años o ese cambio de residencia donde parecía que todo estaba resuelto y que nos quedaríamos por mucho tiempo.

Podría decirse que el arquetipo de la Torre es “hermano” del arquetipo de la Muerte, porque ambos hablan de finalizaciones, cierres y cortes definitivos. Si la Muerte habla de los cambios espirituales y las renovaciones para que surja lo nuevo, la Torre habla de matar los apegos a lo material y mental para poder dar paso a lo nuevo. Por eso aparecen la simbología del rayo y del fuego: por un lado, la destrucción y por otro, la transmutación en nuevos elementos. Para que esto suceda hay que caer de la torre, bajarse del ego, así las llamas nos rodeen y así el golpe sea duro contra el piso.

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15. El Diablo

La sombra que nos ata

Todos tenemos una sombra, un lado oscuro que negamos y que hacemos cualquier cosa por ocultar y mantener en el sótano. “La sombra es aquello que no se ha conectado con la luz, es aquello que aún necesita trabajarse”.

Todo positivo tiene su negativo y viceversa. De eso nos habla el arquetipo del Diablo. Podemos pensar con facilidad que la sombra es lo “malo” y “perverso” que nos habita, pero también pueden ser cosas que no necesariamente son dañinas o destructivas en nosotros mismos, pero que están ahí y que no aceptamos, que no queremos darles la cara.

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14. La Templanza que calma las aguas

El balance de la fuerza emocional

Este arquetipo nos conecta con el balance del punto medio. No estamos arriba, pero tampoco abajo; con la Templanza encontramos ese lugar donde nos enfocamos en hacer las cosas con tino y tacto para que se manifiesten con claridad. Este arquetipo nos muestra que los procesos no se deben violentar y a que cultivemos la paciencia.

Por eso esta clave está después de la Muerte y antes del Diablo, porque es una simbología de transición y tiempo necesario para que las cosas germinen. La oruga muere a su realidad como “gusano” y pasa un periodo necesario para que se convierta en mariposa; la semilla deja de ser un simple “grano” para germinar, echar raíces y dar paso a una nueva planta. Todo esto toma el tiempo que haya de tomar, no se puede forzar y, si lo aceleramos abruptamente, dañamos el proceso.

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13. La Muerte

El ciclo eterno de renovación

Este es quizás uno de los arcanos más míticos y controversiales dentro de la simbología del Tarot. Desde luego hablar de la muerte, especialmente en una cultura como la nuestra, se asocia con pesar, dolor intenso, vacío, oscuridad, incertidumbre, abandono y miedo…

Dejar el cuerpo físico y cerrar un ciclo vital desde luego que es muerte, es imposible y hasta ingenuo pretender desconocer esa realidad o intentar darle otro nombre. También es necesario darle su debido lugar en el ciclo natural de la vida y reconocer que es necesaria como un cambio de estado y de lugar.

Si se pudiera englobar la idea de la muerte, podría ser en esta bella y profunda idea: transformación. La muerte no es más que eso, un cambio de estado para cualquier cosa que se manifieste en este plano de existencia. Lamentamos varias muertes, pero son muchas más las que son necesarias y traen alivio porque cierran ciclos y activan una nueva continuidad. Hay muchas cosas que no comprendemos de la simbología de la muerte.

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12. El Colgado que se atreve a ver el mundo al revés

La incomodidad de detenernos y replantearnos la vida

Cuando nos hemos quedado sin empleo, cuando tienes un proceso de enfermedad altamente incapacitante que te obliga a guardar quietud o cuando te estás recuperando de una lesión grave (fractura, luxación, desgarre, etc.) que altera tu movilidad, es una muestra de que estás bajo la influencia del arquetipo del Colgado. Es la naturaleza que te habita, que te obliga a permanecer quieta, a volver a ti y a reflexionar para activar una modificación interna y salir como una versión renovada de tu propio ser.

Llegas a un punto en el que decides aceptar el hecho de que las cosas se pueden ver diferente, de que la única manera de entender el mundo no es la que habitualmente aplicas. En esta posición, sientes que se te va la sangre a la cabeza, la respiración se enrarece y te das cuenta de que por más “elevado” que estés, la tierra inevitablemente te hala hacia ella.

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11. La Justicia, el equilibrio en la dualidad

Salir del esquema de víctima

Justicia, todos te reclaman para sí, pero casi ninguno es capaz de compartirte con otros. Actuamos con crueldad y desconocemos el balance consciente que demanda la Justicia. Cuando creemos estar en la presencia de este arquetipo, lo más probable es que experimentemos una tergiversación de nuestra idea personal de lo que es justo o injusto.

Este arcano nos habla de un poder asociado a la capacidad de mantener el equilibrio en cualquier situación. Normalmente pensamos en la Justicia asociada a una fuente de castigo y represión frente alguna falta, pero muy poco como una forma de restablecimiento del orden. Si el Emperador es quien fija el rumbo y “aterriza las cosas”, la Justicia es la que se encarga de que se mantengan en su curso, de que “no haya un desmadre” qué lamentar después.

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10. La Rueda cósmica en movimiento

La Rueda del tiempo y los ciclos de la vida

Por más que hagamos planes y creamos que las cosas son fijas, todo está en movimiento. La “impermanencia” (un concepto fundamental del budismo) está en todo, aunque pretendamos aferrarnos a realidades que creemos estáticas. Asumimos que tenemos “el control” sobre algo (y hay un arsenal de literatura que habla sobre eso), pero es una completa ficción porque no controlamos nada. ¿Sabes cuál será tu siguiente pensamiento dentro de diez minutos? No sabes… ni siquiera lo que pensamos somos capaces de controlarlo.

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9. El Ermitaño y el silencio interior

Saber estar a solas con nosotros mismos

¿Quién es el Ermitaño? Sabemos poco de él, anda solo por su camino y es guardián de los misterios de la vida. Vive en su cueva que es su mundo interior y anda solitario por el bosque o el desierto. Este Ermitaño se ha aislado para estar en silencio y mirarse adentro, para colocarse por encima del mundo de lo trivial y poder observarlo desde lejos. El Ermitaño no es un escapista, sino alguien que supo tomar distancia porque entendió las oscuridades del juego social al que renunció.

El Ermitaño se alejó de la abrumadora vida de la masa para descubrir la luz de su mundo interior y la danza de los desafíos de la consciencia. El Ermitaño ya es un mago maduro, un iniciado que ha comprendido el poder y las limitaciones externas de su propia presencia; por eso recurre a su luz interior y se deja guiar por ella como el faro que empuña en su mano para alumbrar su camino con la luz de la consciencia.

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