
Cuando me preguntaste qué son las relaciones líquidas, no supe qué responderte. Me puse a investigar y te construí esta respuesta: Lo primero es que las relaciones líquidas (liquid love) se refieren a la tendencia social en la cual las relaciones humanas (especialmente las de pareja), parecen haberse transformado en entidades efímeras y superficiales, carentes de la solidez que «antaño» las caracterizaba.
Ahora la pregunta que te hago es: ¿Se te «viene algún nombre» a la cabeza…? ¿Te suena familiar?, ¿lo has vivido?, ¿lo has visto?, ¿le has planteado esto a alguien o te lo han planteado? Veamos…
El lado técnico de la cuestión
Zygmunt Bauman, en su concepto de relaciones líquidas, describe los vínculos afectivos en la modernidad como frágiles, volátiles y fácilmente desechables. En una sociedad marcada por la inmediatez, el consumo y el individualismo, las relaciones tienden a evitar el compromiso profundo y duradero, privilegiando conexiones flexibles que no interfieran con la «libertad» personal.
Esta «liquidez» refleja un miedo al apego y una búsqueda constante de satisfacción instantánea, donde los lazos humanos se vuelven tan inestables como el contexto que los rodea. Las relaciones transitorias, siguiendo la analogía de los líquidos, carecen de forma o estructura definida. Cosntruir con otro, parece ser un «amarre».
La cosificación de las personas es otro factor preocupante del «amor» líquido. En una sociedad consumista, los individuos son valorados como objetos desechables, lo que genera vacío existencial y dificulta la construcción de relaciones auténticas y duraderas. Conozco gente a la que hay que preguntarle con cierta frecuencia y discreción: «¿Y con quién estás ahora…?». No digo que esté bien o mal, correcto o incorrecto… sino que por su tendencia a los «amores líquidos» es bastante fácil meter la pata… Tú me entiendes.
La tendencia social-consumista a estar buscando «algo mejor» o un «nuevo modelo», se suma a esta perspectiva: «Estoy contigo, pero si sale algo mejor, pues subo mi apuesta y te cambio (renuevo)»; así es como nos la pasamos comparando, buscando y «perfilando» prospectos, al mejor estilo de un corredor de bolsa o un «broker» inmobiliario.
En esta cultura, es difícil que seamos suficientes para el otro o para nosotros mismos; somos un «bien de consumo» con un valor intrínseco de intercambio. Quizás creamos haya que reemplazar al otro a la primera oportunidad, así nosotros mismos sigamos perpetuando el círculo vicioso de relaciones sin sentido.
Las personas inmersas en estos amores líquidos suelen renunciar a planificar su vida a largo plazo, experimentando un profundo desarraigo afectivo. La flexibilidad y la adaptabilidad se convierten en virtudes indispensables. Esta dinámica genera una percepción errónea de que desvincularse rápidamente es preferible y deseable, evitando así una aparente dependencia emocional. Se parece mucho a lo que ocurre en la vida laboral, pero traido a la vida afectiva.
Además, el miedo al compromiso y la incapacidad de formar lazos fuertes son causas subyacentes de este tipo de relaciones. La presión social y la búsqueda de gratificación inmediata han llevado a una desconexión emocional.
¿De qué nos estaremos perdiendo?
Lo primero que se me ocurre es que nos perdemos a nosotros mismos. Si hay algo que nos muestra quiénes somos y cómo vemos el mundo, es una relación y la convivencia con otra persona, especialmente si es una relación de pareja. El punto aquí es que también luchamos por controlar y amoldar al otro, a nuestra propia imagen y semejanza, y cuando esto no se da así, nos vemos renegando y quejándonos por esa persona que, a la sazón de nuestras proyecciones e idealizaciones cuando nos vinculamos al principio con ella, no vimos en su real dimensión.
Decir que las relaciones de antes (antaño) eran mejores porque «duraban» más, no creo que sea tampoco muy preciso. Quizás no estamos mejor que antes, más bien, diferente. Si antes muchas uniones se daban y se sostenían por factores externos, estamos ahora en el otro extremo de la oscilación del péndulo donde pareciera que las relaciones no se sostienen en nada, salvo en momentos y actividades pasajeras… con algunos derechos o sin ellos. «Touché».
Podemos ser libres de plantearnos las relaciones que nos plazcan y como las queramos, pero el asunto aquí es ¿qué nos pasa si al final todas funcionan igual, si todas son líquidas? Sin duda, y como he podido observarlo, empieza a incubarse un sentimiento de soledad, de no pertenecer, de no valer, de no sentirse reconocido y considerado… de buscar y buscar para no encontrar. En una palabra, sentirse «desechable».
A esto le sumo el caso de algunas amigas mías que por sus «evidentes y notables cualidades físicas relevantes», las buscan solo para cogérselas… este es digamos que una caso «agravado» del lío en mención, porque también llegan a un punto en el que no saben cuándo lo que sienten por ellas es en serio y cuándo no, cuándo es real y cuándo es para lo otro, cuando es de largo plazo o solo para un ratito. Les toca probar y sondear mucho más que al resto, y cuando llegan a la conclusión, ya ha pasado un tiempo y han tenido unas inversiones de tiempo y energía que parecen perdidos.
En el caso de amigos, la ecuación tiene unas variales distintas y el encanto no es físico, sino material y financiero… pero digamos que la dinámica es más o menos la misma, con el agravante de que ellos pueden ser levemente más ingénuos. Meras cuestiones de percepción, llenas de inflexiones y recovecos.
En conclusion
En estas relaciones, se puede hablar mucho… pero comunicar poco. Se puede compartir cama… sin compartir alma. Hay intensidad, pero no profundidad. Hay disponibilidad (a veces constante, con vigilancia y todo), pero poca entrega real.
Y no es solo culpa de «los otros». Todos, en algún momento, hemos sido parte de este juego, de este patrón. Hemos huido del conflicto disfrazándolo de «libertad» (así no sepamos qué es ser libres). Hemos elegido lo fácil antes que lo verdadero. Hemos dicho “no quiero ataduras” cuando en realidad temíamos que alguien nos viera completos, con todo lo que somos y todo lo que nos duele.
Las relaciones líquidas son un síntoma: De nuestra desconexión, de nuestra ansiedad, de nuestra dificultad para sostener el dolor, el silencio, la espera. Son un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos: si soy desechable para mí, ¿cómo no voy a sentir que los otros también lo son?
He escuchado y acompañado varias historias de amores que se evaporan. Historias donde uno de los dos se queda con la pregunta en el corazón: “¿Cómo puede alguien irse así, sin decir nada?” Y mi respuesta suele ser una invitación: a mirar el vínculo antes de mirar la ausencia. Porque cuando el lazo es auténtico, profundo y cuidado, al final –aunque duela– deja huellas, no cicatrices.
Lo contrario de una relación líquida no es una relación perfecta y sólida como una roca. Es una relación valiente. Una que se construye con honestidad, donde hay lugar para el conflicto, la rabia, el aburrimiento, el deseo, la luz y la sombra. Una relación donde puedo ser yo, sin miedo a que el otro desaparezca cuando ya no soy sólo «mi mejor versión».
Este no es un llamado a la nostalgia por el amor “de antes”, que también tenía sus falacias, sino una invitación al amor con presencia. A dejar de llenar vacíos con vínculos efímeros. A quedarnos cuando la comodidad nos dice que huyamos. A tener conversaciones incómodas. A mirarnos de verdad.
Porque el alma no quiere intensidad: quiere profundidad. Y eso, no se consigue en lo líquido, navegando en un mar de «babas» (y en algunos casos, de «mocos»). Se consigue en lo humano, por detestable que llegue a parecer.
Referencia: Bauman, Z. (2005). Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica.
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