
La mayoría de la gente que conozco quiere mandar al diablo su trabajo
Esta es la queja común: “detesto mi trabajo, detesto lo que hago, mi jefe (a) es un (a) miserable (o una bruja), me siento mal remunerado (a), cada vez tengo más carga de trabajo, me piden más resultados sin darme los recursos que necesito y me hartan los juegos de poder y los egos… y un largo etcétera”. No parece ser tema de “una empresa o país” en particular, porque sea con quien sea que hable, esté donde esté, el dolor y la queja son más o menos los mismos.
Desde luego están pasando más cosas. El dolor y la desesperanza no son las mismas ni se ven igual de acuerdo al nivel en el que cada quien está. Me refiero a gente que es cercana a mí, a ex—colegas, amigos, etc. Que habitan distintos lugares dentro de la “cadena trófica” empresarial, todos se reparten en distintos lugares de la pirámide.
Una radiografía
Voy a despedazar la frase del principio: Empecemos por “Detesto mi trabajo”. Veo a la gente sintiendo que lo que hace en realidad no tiene ningún sentido, que no hace ninguna diferencia, que aporta poco a ellos mismos y al mundo; algunos otros preferirían estar haciendo otra cosa, pero no eso que sienten que les “toca hacer”.
Es inevitable que se vaya enraizando con más fuerza la idea de que el trabajo es como una clase de castigo en la vida. Que hay que hacerlo porque hay que sobrevivir y pagar las cuentas, pero que, si hubiera otra opción, sería preferible escapar de él y no hacerlo.
Detrás de detestar el trabajo y detestar lo que se hace, se recogen todos los males que describiremos a continuación, en esa sensación de desánimo, rechazo y hastío, se combina el epítome de la miseria adulta: “tener que trabajar”.
Ahora llega el asunto del jefe: “detesto a mi jefe / mi jefe es una bruja / mi jefe es un patán (con cargo) / Y otro largo etcétera…”. Pensamos que ya estaba claro eso de que el “el jefe antes que jefe, es un líder que inspira la voluntad y moviliza las capacidades de su gente, que enfoca la gestión con sentido, conecta la estrategia y balancea el logro de resultados con el cuidado y desarrollo del talento a cargo”.
Quizás no me lo crean, pero esta belleza que acabo de escribir entre comillas, la hice casi de memoria. No es la cita de nadie ni la copié de ninguna parte. Es un cuento en el que alguna vez quise creer y que quise encarnar, pero que el tiempo y las realidades me fueron mostrando que en un mundo basado en la competencia y en la protección de la imagen pública, donde el desempeño se hace en medio de la consigna: “hacer más con menos”, es bien difícil de sostener.
Llámenme pesimista, negativo o como sea, pero hace años perdí la esperanza. Tantos talleres, sesiones de coaching, cursos virtuales… tanto hacer yo y otros más, para nada, porque la cosa sigue igual o peor. Estoy convencido de que a muchos niveles, otra de las grandes crisis de nuestro tiempo, es una crisis de liderazgo, se nos ha olvidado que es eso, se nos perdió la brújula de la inspiración; parece que solo nos acordamos de mandar y presionar.
Los “buenos jefes” ya son una especie de excepción. No me tienen que creer, evalúense ustedes mismos, pregunten a otras personas, contrasten la realidad, hagan trabajo de campo con sus propios sondeos. Verán que cuando se habla de jefes en general y se pregunta por los “buenos”, es como si se hablara de algo fortuito, de una desviación a la norma, y si se trata de un “buen jefe (a)” que tuviste en el pasado, saltará una vocecita de nostalgia y pesar por el tesoro perdido. Las jefaturas tóxicas, los antilíderes, son la norma, son trendy.
¿Qué hace bueno o malo a un jefe? Como es costumbre en este blog, la respuesta es: depende, eso es relativo. Pero si de jefatura malvada habláramos, me inclino por resumirlo así: jefes que no apoyan, que se limpian en sus propios colaboradores, que no tienen idea de para dónde van o qué buscan, que no desarrollan gente porque no les importa o porque temen que les corran la butaca, que se sienten más cómodos resolviendo problemas operativos y fijándose en nimiedades que en dando visión y sentido de la estrategia o del proceso. Jefes apegados a un horario y a “verle la cara” a la gente en su puesto, más que en estar claros de que se trabaja por resultados, cumplimiento y satisfacción; esos jefes que con su torpeza han hecho naufragar el trabajo remoto y que siguen amarrando a la gente a meterse al tráfico para ir a tomar videoconferencias en una oficina.
Claro, hay trabajos de trabajos y las consabidas excepciones, pero acá nos podríamos quedar con más casuística y no agotaríamos el tema que más empuja a la gente a irse de las compañías… o a quedarse en ellas.
La siguiente queja es: “me siento mal pago (a) / mal remunerado (a)”. Esta es una arena muy movediza porque el espinoso tema de los salarios es una figura llena de aristas y relatividades. En todo caso, y esto lo uno con el predicamento de que “cada vez hago más por lo mismo, tengo más carga laboral”, la sensación de sobrecarga, la presión creciente por resultados (en algunos casos, a costa de lo que sea, incluso del cruce delgadas líneas éticas) y el adelgazamiento constante de las estructuras, termina repercutiendo en esta realidad.
Eliminan un cargo aquí, otro acá, juntan funciones y lo que termina pasando es que una persona ahora hace el trabajo de dos. ¿Te suena familiar?
Ahora, como la competencia es global, la presión viene aparejada. Así sea que te desempeñes en un mercado local o poco expansivo, igual aumentan y aumentan las presiones. Cada vez hay más opciones, alternativas livianas o un jugador que cambia el juego. Todo se complica más en un ambiente de incertidumbre… ¿Te imaginas cómo se nos va poniendo la vida? Cada vez es más difícil prever los problemas, prepararse para ellos y actuar, lo que termina aumentando la incertidumbre y reduciendo el margen de maniobra para tomar decisiones pensadas. Es un completo círculo vicioso.
Súmale a esto el hecho de que estás en un ambiente donde no te dejen pensar o donde unos pocos son los que creen que piensan… Así se arma el caldo de cultivo para una cultura laboral paralizada por el miedo y sumida en el ostracismo. La cosa se ve como: “mejor no actuemos para no equivocarnos, pero si nos quedamos quietos, también nos estamos equivocando por parálisis…” y sin un liderazgo valiente que visione y convoque, pues hay pocas esperanzas.
Ahora nos camina “pierna arriba” la Inteligencia Artificial. Conforme gana terreno y comprendemos todo lo que puede hacer por nosotros, también aumenta la sombra de una posibilidad en ciernes: la irrelevancia humana. Esto último no es una “brillante” deducción mía, es sentido común básico, algo que explica con sencillez Yuval Noah Harari en su libro “Homo Deus”. Te lo recomiendo. Ahora bien: ¿Dónde vamos a quedar? ¿Qué será de nosotros?
Por último, un hecho patente y poco hablado en estos tiempos de ascensos rápidos y carreras visibles en LinkedIn: Las guerras de poder y los egos. El que tiene poder juega con él, se quita la camiseta y muestra los músculos. La mayoría de las empresas que conozco son como un reino lleno de feudos donde cada señor o señora feudal compite entre sí con sus pares por el favor del rey o la reina, tratando de ganar más tierra, acceso a recursos, riqueza y un sitio privilegiado en la próxima cruzada.
Les tiene sin cuidado si los del reino del frente vienen a atacarles o están mejor organizados. Mientras ellos y su pequeño feudo sean los que “ganen”, el resto que se joda. En esta guerra de señores feudales (al mejor estilo medieval europeo o japonés), los que más sufren son los que quedan en medio del fuego cruzado.
Un cóctel de payasadas
Entonces llegamos los de Recursos Humanos (yo fui de esos, lo confieso) con las payasadas acostumbradas: la medición de ambiente laboral, la encuesta de riesgo psicosocial, 48 campañas en el año, la fiesta, esto y lo otro, el curso aquí, la formación en liderazgo allá… etcétera… para que al final no pase nada, porque el fondo no se disuelve.
El mundo del trabajo es un reflejo del mundo humano, de nuestras incoherencias, de nuestro miedo permanente, de nuestro instinto de supervivencia y nuestro sistema basado en la competencia y el consumo.
Las empresas quieren el mejor desempeño y las mejores cualidades de su talento, pero no están dispuestas a contratarlo ni mucho menos a pagarle lo que cuesta. Son notables las excepciones en este sentido, pero al que buscan no lo traen y al que tienen no lo fidelizan.
Hace muchos años dejé de ir a esos foros y congresos sobre “Tendencias del talento / RRHH”. Año a año era lo mismo, se repetían los temas en distinto orden y con otras palabras, pero en esencia se terminaba hablando de lo mismo… así que al parecer no hay ninguna tendencia, el mundo del trabajo no va para ningún lado en particular (tendencia), sigue enquistado en lo mismo y hundiéndose cada vez más en sus males, aunque ahora haya dos o tres gurús que digan que la mayor tendencia es “integrar la IA a los procesos de RRHH”. ¡Por dios, digan algo que no sepamos o que no sea obvio!
¿Algún atisbo de solución?
Siempre que se busque una solución, es esencial comprender bien el problema ¿Cuál es el problema aquí? Nosotros mismos como seres humanos. No son nuestras máquinas, presupuesto, puestos de trabajo, sistemas, piezas de software o ahora la IA. Lo que seamos capaces de crear va para donde lo encaminemos, las herramientas no existen para sí mismas, aunque como humanos confundamos eso con frecuencia.
El problema somos nosotros mismos desde el momento en el que nos llenamos de obligaciones y consumos sostenidos que nos amarran y esclavizan a un trabajo que nos da un ingreso para sostener ese tren de vida. ¡Te suena esta como una realidad exagerada y molesta…! Detente, piénsalo, visualiza cómo sería tu vida si tuviera un diseño más sencillo y minimalista… ¿con cuánto vivirías?, ¿cómo vivirías?
Los puestos de trabajo escasean… ¿Y qué pasa cuando algo necesario es escaso? Hacemos lo que sea por conseguirlo y retenerlo… así nos mate, así tengamos que venderle el alma al diablo, así tengamos que renunciar a ser quienes somos o a sentirnos plenos en el mundo… el instinto de supervivencia nos termina empujando a eso.
En últimas quedan tres caminos más o menos viables: Aceptar la realidad del trabajo como es… así de miserable, como es y como viene, sin juicios, sin ningún compromiso emocional. Otro, resistirnos y pelear, “luchar” para que las cosas sean distintas, imprimir una clase de cambio. Otro, cambiar de trabajo… así descubramos con el tiempo que la situación es la misma, pero en otro “reino” y con otros señores feudales.
Queda un cuarto camino, y quizás el más utópico y misterioso de todos, construir una vida donde el trabajo sea una opción, una expresión personal y un gusto… ¿Cómo se hace esto último? Si descubres la respuesta habrás encontrado la piedra filosofal de los alquimistas, porque en adelante todo lo convertirás en oro… pero eso solo lo sabemos cada uno de nosotros en nuestro interior, nadie vendrá a darnos esa respuesta.
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