El sagrado propósito de hacerse caso

Escapar de la esclavitud de las expectativas y volver a escucharse

El mundo nos acorrala con más expectativas, normas y mandatos. Te miras al espejo y te ves el gordo, la línea de expresión o ese pelo que falta, te comparas con el de la casa de enfrente porque no estás ahí, te compras lo que no necesitas para estar en determinado lugar en la escalera social. Conforme pasa el tiempo esto empeora más; esta “sociedad del espectáculo” nos llena de imposiciones y nos hunde en personaje que hemos armado. Por eso escucharnos y hacernos caso, se ha convertido en una especie de sutil rebelión. ¿Por qué? ¿Sabes qué se espera de ti?

En todo ámbito… en tu casa, tu familia, tus amigos, tu jefe, tu negocio, tus maestros, tus hijos, tu pareja. Todo el mundo espera algo de ti. A todo eso lo llamamos expectativa. Quizás inconscientemente también tienes instalado un “programa de satisfacción” a otros que al final volviste tu lista de obligaciones… y desde ahí has moldeado tu vida. Nos decimos: “No los quiero decepcionar, no les quiero fallar”. Pero: ¿Cuántas veces te has fallado a ti misma (o)?

Hacerse caso

La expresión «hacerse caso» encierra una profunda verdad espiritual y psicológica: la necesidad de atender a nuestra propia voz, de seguir nuestra intuición y honrar nuestra autenticidad. Carl Jung llamaba a esto la esencia del proceso de “individuación”, volver a ser quienes somos, conectarnos con nuestro “sí–mismo”, encontrar nuestro centro psíquico, vivir desde nuestra versión genuina.

Pero ¿por qué es tan difícil y doloroso? Porque ser quienes somos, de muchas formas, implica una clase de separación. Si te fijas, la versión o versiones que hemos construido de nosotros se convirtieron en máscaras, en personajes que asumimos para poder encajar, para poder calmar alguna expectativa, para poder ser “aceptados” y de alguna forma sentirnos “recibidos” o “queridos”.

Por eso tampoco es que sabemos qué es el amor, o cuando lo experimentamos, dejamos que se contamine y lo confundimos con otras tantas cosas… porque una idea fundamental de su vivencia toca invariablemente con la perspectiva de la incondicionalidad. ¿Has amado incondicionalmente a alguien?, ¿has experimentado la aceptación de las cosas como son?, ¿te has sentido aceptada (o)?, ¿te has aceptado incondicionalmente a ti misma (o)? Quizás no.

Así hemos estado en el juego, jugándolo, en silencio, años y años para poder mantenernos activos y no ser borrados. Por eso nos desconectamos de esa esencia sagrada que nos forma y tratamos de volver a recuperarla, de encontrarla de alguna manera… por eso las relaciones de pareja, al principio, parecen abrir esa promesa, pero luego se desbaratan y vuelve la decepción para ambos.

¿Cuánto hemos hecho por encajar? Piensa en tus renuncias hasta este momento: En pos de ellas has asumido cosas que no querías [o no estabas segura (o)] de asumir.

Decir sí cuando queremos decir no, es la forma más ovia de NO hacernos caso.

La desconexión interna

Hemos aprendido a desconectarnos de nuestra propia voz. ¿Dónde está?, ¿a dónde fue?, ¿cuántos cursos, talleres, meditaciones, rituales, medicinas, etc., te has puesto para “escuchar tu voz interior” y no escuchas nada? Es complicado escuchar algo que no sabemos qué es, algo qui ni siquiera podemos probar que exista porque sencillamente no lo hemos experimentado o, cuando lo hemos hecho, tampoco le damos suficiente crédito.

Pero alguna vez escuchas tu voz interior, te dice que “por ahí no”, pero al final también juegan en contra la incertidumbre y la conveniencia: “Aquí donde estoy, estoy bien, me siento segura (o), no es el paraíso, pero por lo menos tengo estabilidad, no sé cómo moverme a otro lado, cómo hacer otra cosa, y en caso de que lo hiciera, tampoco sé cómo empezar y a dónde me llevará eso… no, no, no…  no me pondré a hacer ensayos, a ’inventar’, porque después me arrepiento”.

Desconectarnos de nuestra propia voz también nos hace dudar de nuestras emociones, de lo que tienen para decirnos, hasta que al final llega el día en el que nos enfermamos y el cuerpo nos cuenta la historia de qué pasó con esa emoción enquistada.

Cualquiera, ahora mismo, podría contradecir todo esto con suficientes argumentos: Estamos en la tiranía de la validación. Nos convertimos en mercancías transables con un valor de intercambio otorgado por los demás, según sus valores y creencias. Hay que mostrarnos para vendernos.

Pistas sobre cómo hacerse caso

¿Cómo salir de ese círculo vicioso? Hacerse caso implica un acto de valentía, es la más silenciosa de las rebeldías, aunque en algunos casos termine haciendo ruido por sí misma. Silenciar el bullicio externo y volver a escuchar lo que siempre ha estado dentro de nosotros es el principio del camino para hacerse caso.

Hacerse caso también tiene el precio de la soledad. Si te la has pasado “dando gusto” a otros, el día que dejes de hacerlo se sorprenderán, te juzgarán y dirán que ya no eres la (el) misma (o), se preguntarán en quién te has convertido, se cuestionarán sobre “con quién han estado todo este tiempo”, te desconocerán, te negarán y lo más probable es que se alejen.

También sirve para que descubras poco a poco que esa gente que decía “agradarte”, con quienes “creías estar a gusto”, en realidad no son lo que creías. Tú también, después de todo, te alejarás sin más. Despertar a quien eres invariablemente tiene ese precio. Ya es cuestión tuya si lo ves como un castigo o como una revelación, como una carga o la llave a la libertad.

Desde luego, ahora mismo habrás podido deducir que habrá gente que se quede a tu lado, que no te niegue, que acepte y se regocije de tu nueva versión, una realidad que de fondo no es tan nueva, digamos más bien que esta versión es la que siempre ha estado oculta en la sombra, un “pedazo grande” de quién eres.

En diferentes espacios de relación de ayuda, mucha gente se pregunta (y me pregunta) sobre “¿quién es?” (¿quién soy?), y luego llega la pregunta por el propósito: “¿para qué estoy aquí?”. Cuando sentimos que solo somos fichas, piezas inexpresivas y aparentemente irrelevantes en el gran plan cósmico, nos preguntamos para qué es que finalmente estamos aquí.

La intuición es una de las formas como nos habla nuestra esencia. No es irracionalidad ni un impulso ciego, sino un conocimiento profundo que emerge de la integración de nuestras experiencias, emociones y percepciones sutiles. Cuando aprendemos a confiar en ella, descubrimos que nuestra vida corre dentro de un flujo más natural y armonioso. Dejar de hacernos caso, en cambio, nos empuja ahí sí a decisiones irracionales que nos pesan, que nos alejan de nuestro centro y que, con el tiempo, nos traen insatisfacción y sufrimiento.

Si todavía no es claro para ti, solo piensa en todo aquello de lo que te arrepientes. Sobre todo, conecta esos hallazgos con la voz interior que no escuchaste, que no quisiste atender, de lo que parecía tan claro pero que ignoraste, la idealización que te movió o la falsa expectativa que perseguías. Ahí está tu ser silenciado. Es difícil verlo y tocarlo, pero aparecerá y mostrará su cara.

Otra clave está en discernir entre el miedo y la intuición. El miedo nos paraliza y nos llena de dudas; la intuición, aunque navegue hacia desafíos insólitos, nos da una sensación de certeza serena. Hacerse caso es aprender a distinguir entre ambas y tener el coraje de seguir la voz interna que nos conduce hacia nuestro genuino camino.

¿Qué quieres hacer ahora que no has hecho por miedo? Solo hazlo, ensaya y aprende. Eso es mejor que vivir con el arrepentimiento permanente de no haberlo intentado.

La autenticidad como camino espiritual

La vida es como un gran experimento altamente sofisticado, como una obra de teatro de alta complejidad. Hacernos caso es asumir nuestro papel en este gran laboratorio. Imagina una obra donde hay actores que no asumen su papel, sino que esperan a que sean otros quienes les digan qué hacer, cómo actuar, qué decir… no actuarían ni los unos, ni los otros, la obra quedaría a medias y se perdería su propósito.

Hacerse caso es también un acto de amor propio. Es decirnos a nosotros mismos: «Confío en ti, en lo que sientes, en lo que deseas y en lo que sabes que te corresponde desde lo más profundo de tu ser (merecimiento)».

En la mayoría de las tradiciones espirituales y místicas, el viaje hacia la autenticidad es un proceso de «despertar», de poner luz sobre la oscuridad (iluminación). Hacerse caso, entonces, es un acto de reconexión con lo divino dentro de nosotros. Es permitirnos brillar con la luz que nos fue dada y compartirla con el mundo.

🧏‍♂️🧏‍♀️

Tus comentarios le dan vida al sitio:

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.