Tan grandes y tan perdidos: la crisis de la mediana edad

Notas sobre la lectura del libro “The Middle Passage” de James Hollis.

Llegar al cumpleaños número 40 es un baño de realidad que solo se entiende viviéndolo. Cuando tienes veinte años ves los cuarenta muy lejos y a la gente que tiene esa edad muy vieja… inclusive algunos de esos cuarentones pueden ser hasta tus padres. No obstante, acercarse a los cuarenta, atravesarlos y cumplirlos, tiene un peso relativo en la forma como afrontamos el valor de la vida: puede que por un lado sintamos que ya hemos vivido mucho, que estamos a mitad de camino, que lo que sigue ya es “en bajada” y que además se empieza a agotar el tiempo para hacer todo lo que hace falta.

El libro de James Hollis desarrolla [profunda y técnicamente] un análisis sobre este rito de paso que representa atravesar la mitad de la vida. En este sentido, argumenta que:

“Tal vez el primer elemento para hacer este Paso significativo es reconocer la parcialidad de los lentes que nos fueron dados por la familia y la cultura y a través de ellos hemos hecho nuestras elecciones y hemos sufrido las consecuencias”. (p. 9)

Muchos patrones que aprendemos en la infancia, nos guste o no, determinan en gran medida nuestro comportamiento en la adultez, y no necesariamente porque “sigamos siendo unos niños”, sino porque repetimos tanto ese guión que terminamos haciéndolo en automático. El “sueño de libertad” es una deliciosa quimera para armar eslóganes publicitarios, pero es una lejana realidad en la existencia cotidiana. Ser quienes somos y expresarnos genuinamente, nos puede pasar una costosa factura social.

La psicología analítica (Jung) reconoce estas respuestas denominándolas “complejos” (esta acepción tiene otro significado en otros autores…), que no son más que imágenes internalizadas, que en sí mismos son neutrales, pero que llevan una carga emocional asociada con la experiencia. Mientras más grande la intensidad de la experiencia y más reiterada sea, más poder tendrá el complejo: “El problema no es tener complejos, el problema es que los complejos nos tienen a nosotros” (p. 13). Unos complejos favorecen nuestra supervivencia y otros nos bloquean y dominan nuestra vida.

De todos los complejos, los más influyentes y qué más experiencias acumulan, son los llamados “complejo materno” y “complejo paterno”. No importa si se trata de los padres biológicos o de quien sea, psicológicamente este complejo lo puede alimentar el cuidador más relevante en la vida infantil (especialmente en los primeros siete años), independiente de si es abuelo, tía, hermana mayor, etc.

De los padres o cuidadores aprendemos muchos caminos para afrontar la vida, así como de la sociedad y de todo lo que absorbemos en la escuela, la cultura, la publicidad, etc. Todo eso, con el tiempo va forjando en nosotros un guión, un personaje, al que luego le damos un profundo sentido de realidad y creemos que somos eso, que tenemos que perseguirlo y consolidarlo, para luego salir a mostrarlo al mundo y así reforzar nuestra identidad.

Pero resulta que la parte natural, innata y genuina de nosotros, nuestro “Self”, que durante años aguardó en silencio detrás del personaje (personalidad), empieza a reclamar atención, su lugar propio en nuestra existencia. Como dice Hollis:

“El tránsito por la mediana edad ocurre en el temible choque entre la personalidad adquirida y las demandas del Self. Una persona que atraviesa esta experiencia muchas veces entrará en pánico  y dirá: ‘No sé más quién soy’. En efecto, la persona que uno ha sido debe ser reemplazada por la persona que es. La primera debe morir”. (p. 15)

Sin embargo, no todo el mundo pasa por eso, incluso algunos lo viven poco antes de su muerte o cuando se retiran (si es que lo logran), en especial la gente cuya vida se resume en sobrevivir. La crisis de la mediana edad es esencialmente la consecuencia de un proceso consciente; en la inconsciencia es fácil anestesiarse y ni siquiera llegar a afrontar esta crisis. Esta muerte y renacimiento no es un final en sí mismo, es simplemente un “rito de paso” personal.

También hay que resaltar que la crisis de la mediana edad no necesariamente es un evento cronológico, sino un evento psicológico. Como te puede empezar a los 37, te puede afectar desde los 45. No importa. El punto es que llegas a un momento en el que miras, te cuestionas todo lo que has hecho, para qué o para quién lo has hecho y empezar a poner en una balanza si todas esas realizaciones eran tu voluntad o la de alguien más.

Pudiste haber puesto tu sentido de vida en una carrera exitosa a costa de todo, en volcarte a la crianza de tus hijos o en andar por todas partes sin realizar nada… el argumento de la historia no es relevante. El asunto de fondo es preguntarse: ¿Quién soy en realidad?, ¿qué hago aquí?, ¿dónde quedé yo?, ¿dónde quedó todo lo que me importa en la vida?, ¿está hecho lo que me propuse?, ¿he completado o he avanzado en los deseos de mi alma? Las respuestas determinarán en gran medida la calidad del tránsito.

Uno de los aspectos que más se trastoca es el de las relaciones interpersonales. La primera relación que sale damnificada es el matrimonio porque esos dos seres habrán cambiado en el tiempo…: la frase “es que ya no sé con quién me casé, él / ella ha cambiado mucho”, se escucha y se repite. Las proyecciones que pusimos en ese otro empiezan a caerse, lo que “creíamos” que nos gustaba, el cuento de hadas, las grandes expectativas o todo eso que tuvimos fe en que “iba a cambiar con el tiempo” (“seguro que él mejora, seguro que él cambia”) empieza a cansarnos y nos hace cuestionarnos por qué estamos ahí… sin mencionar la escena cuando aparece un tercero o una tercera que nos ofrece proyecciones nuevas y más ajustadas al momento de vida actual… irónicamente llamamos a esto “infidelidad”.

Las amistades también sufren, su número se adelgaza, nos hacemos más selectivos y creemos que tal vez nos estemos quedando solos, pero no es así. Si se trata de alguien que en el trabajo cree que tiene “muchos amigos (as)”, basta solo con que le despidan o con que cambie de trabajo para descubrir el velo de la verdadera amistad. Como dice Hollis:

“La verdad acerca de las relaciones íntimas es que nunca pueden ser mejores que la relación que tenemos con nosotros mismos. El cómo nos relacionamos con nosotros mismos determina no solo la elección del Otro sino la calidad de la relación”. (p. 47)

El mundo del trabajo también sufre variaciones, aunque no tan radicales porque, al fin y al cabo, hay que seguir pagando las cuentas… o sigues tu vocación y mueres en el intento, o te sigues aguantando ese empleo de mierda o ese emprendimiento desgastante que te da de comer. En este sentido, Hollis también es claro:

“Hay una gran diferencia entre el trabajo y la vocación. Un trabajo es lo que tenemos para hacer frente a nuestras necesidades económicas. Una vocación (del latín ‘vocatus’, llamada) es lo que estamos llamados a hacer con nuestra energía vital. Es un requisito para nuestra individuación (expresión del Self) sentir que somos productivos y no responder al llamado de sí mismos puede dañar el alma. Nosotros no elegimos una vocación, más bien ella nos elige a nosotros. Solamente elegimos cómo responder”. (p. 72 – 73)

¿Qué se puede hacer? ¿Cómo sacarle provecho a esta crisis?

Empieza a relacionarte más contigo, escucha tu interior, háblate con franqueza y confróntate. Esto de seguro requerirá largos periodos de tiempo en silencio y a solas. También es una excelente oportunidad para hacer un viaje sin la compañía de nadie conocido, y ojalá que sea a un lugar con una cultura y costumbres bien diferente al habitual; sin duda te ayudará a cambiar de perspectiva y facilitará que broten nuevas ideas de equilibrio. Has estado a merced de mucho ruido exterior y ya es hora de que te escuches.

Esta etapa de la vida se marca por muchas pérdidas: quizás mueren los padres y otros mayores, los hijos empiezan a forjar su independencia, algún amigo también desaparezca. Es un periodo para aprender del desapego y de lo frágil que es la vida; esto nos hace más humildes y menos irresponsables con el tiempo.

Observa tus cambios y los de los demás. Esto te puede servir para darte cuenta de tus propias proyecciones, es decir, lo que “pensabas que eran los demás y que te gustaba o rechazabas de ellos”, te puede dar grandes lecciones sobre quién eres en realidad. Puede llegar a ser un ejercicio desequilibrante y hasta molesto, pero es una confrontación que vale la pena.

Si aún no tienes el hábito ni la técnica para meditar, es una muy buena época para empezar hacerlo, especialmente para apagar el ruido exterior e interior y volver a tu centro. Cualquier edad es buena, pero en medio de la crisis de la mediana edad se acentúa más. No hemos hablado de lo que pasa en este “septenio” (séptimo septenio de la vida), ese será tema de otra entrada, pero parte de la misión en este tiempo es la conquista del espíritu y la re–comunión de los opuestos (coniunctio).

En esta época comprendes que estás ante grandes desafíos: se te está acabando la juventud y la vitalidad, empiezas a perder facultades y tu tiempo se agota. Este proceso, aunque irreversible bajo nuestro actual nivel de consciencia y evolución, es postergable. La alimentación, el ejercicio, la programación mental y la meditación, te ayudan a que ese tránsito sea más pausado.

Finalmente, recupera a tu niño interior, tu inocencia, la genuina voz de tu alma, porque de acá en adelante, en la medida que tu cuerpo te deje de responder, en el silencio que te queda, en la soledad que te acompaña, esa será la voz que escucharás porque ya no querrá sentarse callada en un rincón.

Referencia: Hollis, James. The Middle Passage: From misery to meaning in midlife. Toronto: Inner City Books, 1993

😊

2 comentarios en “Tan grandes y tan perdidos: la crisis de la mediana edad

  1. elrefugiodelasceta

    Madre mía! Como anillo al dedo y un sí absoluto a todo. Desde el «copy paste» familiar, la falta de libertad aunque nosotros tengamos el espejismo de ser libres hasta la necesidad de independizarse. Porque una cosa es lo que pensamos que somos y otra bien diferente lo que realmente somos. Es buen momento para empezar una terapia (aunque hubiera preferido empezar hace 20 años) y zambullirse en uno mismo. Gracias por la recomendación de libro. Saludos

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