Parece que en nuestra cultura se ha incubado la creencia de que “más” equivale a “mejor” y de que el ideal de todo lo que existe es el “crecimiento” indefinido. Hemos creado un mundo que parece no tener límites en su voracidad, en su desgaste rápido y que encuentra en el sobre–esfuerzo una especie de “camino espiritual” a un lugar llamado “éxito”. Todo esto se ha convertido en una de las claves para mantenernos distraídos y ocupados persiguiendo la idea de que “nada de lo que hacemos y tenemos es suficiente”.
Llenar el hueco vacío
Socialmente fuimos condicionados para buscar permanente del agrado de otros y ser queridos para poder “encajar”. En principio esto podía ser necesario para muchas cosas: ser cuidados por la familia, poder comer, tener con quien jugar, no quedarse solo en el recreo, etcétera.
El problema es que fuimos creciendo, las demandas del mundo se fueron complejizando y los estándares subieron. Ya las cosas tenían que ver con la ropa que usábamos, las relaciones que establecíamos, la moda a la que respondíamos, el trabajo que teníamos, la carrera en la que estábamos y hasta las ideas que profesábamos.
Es un programa cultural que todos obedientemente seguimos casi sin darnos cuenta. De hecho, “aislarnos” de ese programa puede acarrearnos consecuencias indeseables: aislamiento, soledad, rechazo y hasta pobreza material. Milimétricamente fuimos educados para entender el mundo a pedazos, especialmente el mundo interior. Todo lo aprendimos dividido. Nos sentimos como piezas separados de la gran arquitectura universal… y así quieren que “nos veamos y nos sintamos” como hijos de Dios, que nos tratemos todos como iguales.
Producto de esa división también está presente nuestro vacío interior. Como nos sentimos separados, poco valiosos y nos vemos como “seres de fuera de este mundo”, entonces armamos un arsenal de “payasadas de agrado” para poder “encajar” o “imponernos” como producto. Tenemos tantas dudas sobre nosotros mismos que nos llenamos de cosas que nos adornen y que nos den un valor de intercambio. Este es el círculo vicioso de la creencia de que “como no valgo lo suficiente” entonces me “subo mi cotización personal”. Sin embargo, la vara de los demás siempre está alta y nunca es suficiente nada de lo que tengo o me pongo como “adorno”. Para poder encajar le decimos que sí a muchas cosas a pesar de que nuestra alma les dé un rotundo ‘no’.
“¡Tenga aspiraciones!”
Tener aspiraciones podría significar lo siguiente:
- Compárate con tus iguales,
- Mira qué tienen ellos que tú no tengas,
- Luego esfuérzate por superarlos teniendo o haciendo tanto o más que ellos,
- Después alardea de tus logros y repite el ciclo con la nueva gente que vayas conociendo.
- Si alguien conocido de nuevo te supera, regresa al punto (3) y reactiva el ciclo.
Igualmente, las aspiraciones tienen que ver con el paquete básico de consumo y las acciones básicas según la edad: educación, adquisiciones, matrimonio, hijos, etcétera.
El problema es que no nos enseñaron a ser libres, a cuidar y desarrollar nuestra autenticidad, a ser más de lo que ya somos. Como crecimos comparándonos y siendo comparados, entonces nos habita esa sensación de insuficiencia que sólo se podría superar alcanzado un nuevo estándar de “suficiencia”, o como ya lo he dicho, una nueva “aspiración”. Por eso es que nunca es suficiente y no tenemos forma de entender cómo estar en equilibrio, cómo fluir o estar en “tao”.
Siempre estamos detrás de algo que nos falta y nos aterra la idea de “estancarnos” o de ser rechazados. Esto no es más que nuestra incapacidad para comprender el equilibrio y estar a gusto con quienes somos.
Esta ideología, como cualquier otra que se respete, tiene un discurso dogmático para sancionar a sus detractores. Ese discurso se llama “mediocridad” y se disfraza de “perfeccionismo”. Constantemente nos están forzando a ir más allá, pero: ¿Más allá de dónde? ¿Más allá de qué? ¿Quién decide ese lugar? Inclusive ¿Qué hace que “ese sea” el lugar “correcto”? Revisando hasta aquí tenemos una primera pista de lo que puede ser suficiente: todo aquello que deliberadamente decido obtener haciendo un esfuerzo razonable.
Los estándares y el perfeccionismo suelen ser un asunto muy personal. Dependen de la familia y el grupo cultural en el que nos desarrollamos, de lo que decimos creernos o no, de lo que rechazamos o aceptamos.
Por ahora hemos hablado de estándares generales de la cultura como un todo, pero ¿Podrías ser capaz de hacer una alista de los estándares que te fijaron? Una pista para hallar las respuestas puede ser arrancar con las palabras “debo” o “tengo”, es decir, tomar una hoja y anotar: “Yo debo…”, “Yo tengo que…” y no filtrar nada, dejar que todo salga tal cual se vaya presentando, por doloroso, neutral o placentero que parezca.
También te sirve pensar en todo eso que te genera angustia por no haberlo hecho o no haberlo conseguido todavía ¿Cuánto de eso que sale de verdad es una decisión tuya? ¿Qué pasaría si no lo hicieras? Si se te ocurre cambiar esa lista por otras cosas ¿Cuáles son esas otras cosas? ¿Qué detectas ahí? Esta es una forma sencilla de darnos cuenta de las cargas que llevamos. Este es un ejercicio preliminar, pero espero más adelante ahondar sobre esto.
En la próxima entrada continuaremos explorando otras posibilidades para saber el límite de cuánto es lo suficiente. Si se te ocurren otras opciones puedes dejarlas en el campo de comentarios de esta entrada. Más adelante discutiremos sobre las vocecitas que dicen: “que no te vean como un (una) mediocre” y el “olor a sacrificio”; un par de creencias más que nos dificultan decidir sobre la suficiencia.
Gran reflexion! Y ese eterno necesitar mas/mejor nos lleva a la insatisfaccion, y esta a su vez entre otras, limita nuestra libertad y nos lleva a distintos tipos de consumismo. Es una cadena de domino, que una pieza tira a la siguiente.
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Sí, una carrera de la que es difícil salir y a nunca encontrar lo que queremos porque ni siquiera sabemos qué buscamos. Gracias por tu comentario.
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[…] ya lo he explicado detalladamente en otras entradas (“El arte de decidir cuánto es suficiente” primera, segunda y tercera parte), vivimos condicionados para diseñar nuestra vida buscando el agrado de […]
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