El último hombre en la tierra (Primera parte)

Río Medellín, 1912
Río Medellín, 1912, vista hacia el norte.

Como si se tratara de un plato de comida muy aliñado, que sabes que te va a caer mal y que no tienes más remedio que comértelo, así siento que se ha vuelto la vida por aquí. Este zoológico habitado por: El imprudente, el impertinente, el que te juzga, el que se mete en tu vida privada, el que anda en el auto tocando la bocina por todas partes, el que echa basura al piso, el dictador del país vecino, el vegetariano que se cree moralmente superior, el irrespetuoso, el bandido que se mete en la fila, el negligente, el vecino que hace fiestas ruidosas hasta altas horas de la noche, el político que se roba todo el dinero, los que dejamos de votar en las elecciones pasadas, los indiferentes, los ciber–activistas asépticos de redes sociales, los dueños de gatos, los blogueros, los que siguen los blogs, los que publican su estado en Facebook incluso cuando van al baño, los que se toman selfies, el que te vende basura, el que te trata mal vendiéndote algo que necesitas, el que se ha leído cien libros y se siente gran cosa llevando miles de ideas prestadas en su cabeza, el carece de ideas propias, el que se queja porque sí y porque no, los que seguimos de frente sin mirar, los que vamos a Asia, los que solo van a Miami, las viejas chismosas y otro largo etcétera…

Todos los días, así no salgas de tu casa, están ahí, no se van, están en todas partes, no se quitan, no se borran, se multiplican, se hacen cada vez peores, son como zombies, cada vez más dormidos, cada vez más babosos y cada vez con más hambre. Así parece. Tal vez eso dirán de mí: del obsesivo con el orden, del que “imparte cátedra”, del “tacaño” que no usa el auto sino el metro, “y mira cómo se viste de jeans y camiseta todos los días”, irresponsable que no tiene un horario ¡Cómo puede vivir así!, del psicólogo (con lo peligrosos y retorcidos que son esos psicólogos), del “empeliculado”, etc.

El fin del mundo

Anda rodando una serie por ahí (creo que en Fox) que se llama “The last man on Earth” (El último hombre en la Tierra), y una plétora de vídeos en Youtube relacionados con el fin del mundo entre el 23 y el 27 de septiembre. Estos temas me tienen pensando. Por una parte me he imaginado lo que sería ser el último hombre en la Tierra. Creo que los primeros meses debe ser tremendamente impactante, porque queramos o no, estamos habituados al ruido, a la molestia de todo el resto de la humanidad, a lo incasablemente irritantes que son todos por aquí. La Tierra sin humanos de un día para otro, no lo imagino de otra forma.

Tal vez lo primero sería la tristeza de verme sin la gente que amo, pero bueno, ellos estarían de regreso a la fuente, estarán pasándola genial donde sea que vayan sus almas después. Así nada de dramas y dolor, bien por ellos. Lo siguiente sería buscar agua y comida. Los primeros días se tratará de vaciar las alacenas del mundo que me rodea. Posiblemente suba de peso, pero como seguramente me la pasaré caminando y trepándome a cuanto lugar pueda, tendré suficiente espacio para quemar esas calorías. La bicicleta se convertirá en el estándar de transporte, porque como todos se fueron y dejaron todo atrás, seguramente nuestras estrechas calles estarán atestadas de vehículos abandonados y será casi insoportable moverse en algo que no sea una bicicleta o tal vez en una ruidosa motocicleta.

Acabo de caer en cuenta de otro problema. Vivo en un valle con cerca de tres millones de habitantes ¿A dónde se habrán ido todos? Hay que ser realistas, directos, claros: estarán todos muertos. El olor los primeros días será una cosa insoportable. Posiblemente piense: ¡No sé qué era peor, que estuvieran todos vivos o ahora que están todos muertos! Dudo que sea una escena agradable, sobre todo cuando te encuentres con los cuerpos de gente que conoces. Hasta aquí va muy creepy la historia.

Lo más seguro es que por un tiempo tenga que refugiarme en la parte alta de las montañas, o irme al campo, por lo menos mientras la peste desaparece. Por fin el tema de la huerta ya no será un bonito acto de contrición de un citadino arrepentido, sino un asunto de genuina supervivencia y de salud mental. Ahora que lo pienso ¿Qué sentido tendrá volver a la ciudad? Bueno, tal vez vaya a un par de concesionarios de autos y tome alguno para hacer pruebas; eso seguramente será divertido un tiempo, luego me hundiré en la aburrición. Todavía tengo muchas lecturas pendientes; con mis libros me basta para entretenerme unos buenos años, así que la idea de zaquear una librería no tiene mucho oficio.

Todo se recupera

Me muero de ganas por ver qué pasará con el río, los arroyos, con las aves y los árboles. Un poco más de un siglo de destrucción sistemática y ahora la enfermedad de esta Tierra se ha ido. Es como un fumador que de repente deja de fumar… y los pulmones se le van sanando. Mi papá me cuenta que cuando era niño podía pescar en el río. Yo también, en 1983 alcancé a conocer un arroyo con algunos peces pequeños a los que llamábamos “Corronchos”; era toda una aventura pescarlos y hoy día recapacito en cuanto a que la verdadera aventura es que pudieran vivir ahí, porque hoy mismo ese arroyo está muerto.

Río Medellín, circa 1936. Todavía se podía pescar ahí...
Río Medellín, circa 1936. Todavía se podía pescar ahí…

Vuelvo a la escena. Me imagino parado en uno de los tantos puentes que hay para cruzar el río. Lo miro y lo miro, esperando que me diga algo, que me dé una señal, esperando a ver que algo se mueva, que se arrastre, que chapotee, que brinque fuera del agua, pero soy consciente que falta mucho para eso. Empiezo a pensar dónde puede haber peces que pueda recolectar y echar al agua del río, pero ya ha pasado mucho tiempo, posiblemente murieron todos en sus peceras por falta de comida, oxígeno en el agua y mantenimiento. En todo caso no pierdo la esperanza, tal vez haya alguna fuente por ahí con peces.

Hace calor, casi todo el año es caliente por aquí. Me doy cuenta de que el río era una cloaca a cielo abierto, porque mucha del agua que transportaba era agua residual; su propia agua pura y original es pobre por ahora. Habrá que esperar por lo menos unos treinta o cuarenta años más para que la vegetación de las montañas se recupere lo suficiente como para que el cauce se normalice. Por lo menos eso dicen; creo que puede ser un poco menos tiempo considerando todo lo que llueve y la cantidad de aves, ardillas y murciélagos que tenemos por aquí, con su poder de esparcir semillas. En todo caso, el lado bueno de la historia es que ya se puede ver el fondo del río, el agua se limpió y ya no lleva espuma ni ese tono azul índigo permanente. Ya no huele mal tampoco.

Tengo mi reloj en mi brazo izquierdo. Veo que justo ahora le ha dado por quedarse sin batería. Ahora más que nunca creo que es importante saber cuándo es cuándo. A nadie le importa, nadie está aquí; creo que es buena idea ir a buscarme otro sencillo reloj, el que yo quiera. Estoy solo yo, presenciando un renacimiento, presenciando mucho silencio, escuchando cómo se oyen las hojas de los árboles al pasar el viento, quizás añorando a alguien a quién poderle contar la extraordinaria experiencia del valle sin humanos. Mejor me voy a dormir. Todavía no sé si los grandes felinos que estaban en el zoológico siguen allá. Mañana iré a ver. Camino unas calles y me encuentro un gran hotel deshabitado; todavía huele bien y tiene buena iluminación. Me quedaré ahí.


Crédito de las fotos:

https://www.facebook.com/groups/fotosantiguasdemedellin

Un comentario en “El último hombre en la tierra (Primera parte)

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