La delegación cognitiva

¿Qué es y cómo funciona la delegación cognitiva? Riesgos y alternativas…

La delegación cognitiva es el acto de ceder funciones mentales como la memoria, el juicio, la creatividad o la toma de decisiones a herramientas externas (como la IA, internet, un software, GPS, etc.) en lugar de realizarlas uno mismo; es externalizar el pensamiento para ganar tiempo, pero con el riesgo de volvernos dependientes, perezosos y debilitar el «músculo» mental. 

Desde luego, hacerlo aumenta la eficiencia a la hora de cumplir tareas, pero nos pone en riesgo de atrofiar o incluso perder las capacidades mentales propias si se abusa de estos recursos. ¿Te cuesta concentrarte?, ¿te cuesta memorizar?, ¿sientes que a ratos pierdes profundidad y agilidad mental?, ¿ya no recuerdas cómo se hacen algunas operaciones aritméticas…? Veamos si quizás te has hecho “el daño”.

2.017 palabras, 11 minutos de tiempo de lectura.

¿Qué hemos hecho para ir delegando cognitivamente?

La lectoescritura y el libro impreso fueron el primer paso que nos permitió conservar y transmitir información. Pasar de la tradición oral a la conservación física del conocimiento en un documento impreso (libro, rollo, códice, etc.), marcó una revolución que nos permitió acumular más información y hacer que el relato se mantuviera. No me detendré mucho aquí, pero si te interesa ampliar la historia te recomiendo leer “El infinito en un junco” de Irene Vallejo (de moda, fácil de conseguir y ameno de leer…).

Las máquinas calculadoras y procesadoras de datos (incluido el ábaco o los granos y semillas) también siguen haciendo lo suyo: en mi caso, ayudándole a mi hijo de diez años, me di cuenta de que se me olvidó dividir…  llevo tanto tiempo usando la calculadora y la hoja de cálculo, que prácticamente ya no recordaba cómo era eso de agrupar, tomar prestado, llevar, etc.

La memorización de datos importantes y útiles como por ejemplo los números de teléfono (contactos) o la agenda de la semana, la cedemos casi por completo a la función (app) de calendario o notas de nuestros dispositivos o, en casos más extremos, a libretas de apuntes en papel.

El uso de mapas y aplicaciones de tráfico también hacen lo suyo. No es que no sepas llegar a dónde vas o que no conozcas la ruta, sino que también con los embotellamientos que caracterizan casi todas las ciudades del mundo (por pequeñas que sean) ya es prácticamente una necesidad preguntarle a la “máquina” por dónde es mejor irnos.

Nadie dice que con la abrumadora cantidad de información que tenemos que manejar hoy día no sea necesario tener ayudas, pero el punto es que, de un modo u otro, terminamos pagando un precio por esa delegación: dejamos que se nos deterioren habilidades, nos volvemos menos recursivos y dependientes, nos dejamos consumir por la “pereza”, damos muchas cosas por sentadas, nos cuestionamos menos la realidad que habitamos y nos volvemos más vulnerables a que “otra cosa” influya en nosotros o a que no sepamos qué hacer cuando carecemos de todos estos recursos.

La confianza en “Google” y ahora en las IA…

Saber que tenemos un dispositivo conectado a internet y que podemos preguntar por eso que no sabemos… desde luego esto ofrece ventajas, pero en muchos casos también inhibe la curiosidad y el deseo de aprender… ¿Para qué esforzarme en conocer si eso que necesito “si ya está posteado en algún lado…”? ¡Y peor! Mi influencer favorito (a) ya lo dijo, tiene una publicación sobre eso y “yo creo en todo lo que me diga por lo dijo él / ella y tiene muchos seguidores.

El riesgo de no saber “qué empezar a buscar y dónde hallarlo…”, nos pone a merced de lo que quieran mostrarnos… evitamos la incomodidad de pensar y se la entregamos a la máquina… nos volvemos peores que niños dependientes de sus padres, vivimos según lo que nos dice la programación [comercial] de una máquina… El mantra–pretexto de que: “solo lo digital es más rápido y mejor que el resto… y que si no eres digital estás fuera”, nos pone otra gotita de presión.

Debilitamos la capacidad de relacionar información y de plantearnos preguntas o soluciones creativas a los desafíos cotidianos. Aceptamos sin más que la sociedad y el entorno nos anestesien mentalmente porque ya parece que este estado es algo natural y cotidiano, es decir, “la vida es así”.

Hoy día aprendemos para usar, no para aprender… “salimos del paso”, pero no integramos casi nada, el conocimiento se convierte en un artículo de consumo que luego desechamos… caemos fácil en la comodidad de la confianza de creer que, si se me olvida, vuelvo a consultar en la misma “fuente” porque sé que ahí está… ¿Y qué pasará el día que no esté?, ¿es de verdad una fuente fiable?

Por otra parte, la mente necesita aplicación y repaso de lo que aprende para fijar recuerdos (aprendizajes). La delegación cognitiva nos vuelve impacientes ante la promesa de inmediatez… y así nos privamos de la vida como ciclo y como proceso. Queremos todo ya, masticado, digerido, consumible, sin esfuerzo mental.

Algunos síntomas aparentes que produce la delegación cognitiva

Deuda cognitiva: Esta se entiende, según lo que ya hemos descrito y ejemplificado, como el “deterioro de habilidades mentales como el pensamiento crítico, la memoria y la resolución de problemas, que ocurre cuando delegamos tareas mentales a herramientas como la Inteligencia Artificial (IA) en lugar de hacer el esfuerzo propio, generando una ‘factura’ de falta de aprendizaje y debilitamiento de conexiones neuronales a largo plazo, similar a una deuda financiera”. Hay un estudio del MIT que puedes ampliar aquí y que será interesante seguir y replicar. Entre sus hallazgos y conclusiones más relevantes, están:

El EEG (Electro Encefalograma) reveló diferencias significativas en la conectividad cerebral: los participantes que usaron únicamente el cerebro exhibieron las redes más fuertes y distribuidas; los usuarios de motores de búsqueda mostraron un compromiso moderado; y los usuarios de LLM (Large Language Model – IA) presentaron la conectividad más débil. La actividad cognitiva disminuyó en relación con el uso de herramientas externas. En la sesión 4, los participantes que pasaron de LLM al cerebro mostraron una reducción en la conectividad alfa y beta, lo que indica una baja implicación. (…). Aunque los LLM ofrecen comodidad inmediata, nuestros hallazgos destacan posibles costos cognitivos. Durante cuatro meses, los usuarios de LLM tuvieron un rendimiento consistentemente inferior a nivel neuronal, lingüístico y conductual. Estos resultados generan preocupación sobre las implicaciones educativas a largo plazo de la dependencia de los LLM y subrayan la necesidad de una investigación más profunda sobre el papel de la IA en el aprendizaje.

Memoria atrofiada y aprendizaje difuso: la información que no se usa o se conecta, simplemente se hace difusa o selectiva. Si no nos esforzamos por recordar y usar lo que sabemos, simplemente deterioramos esa capacidad. A esto se suma la aversión al contenido largo (vídeo, texto, escritura, etc.), porque todo lo queremos de inmediato.

Cuando nos saltamos el paso de articular intelectualmente la información, bloqueamos la posibilidad de convertirla luego en conocimiento, habilidad y experiencia. También vamos generando deterioro del criterio y del pensamiento crítico: consumimos las cosas como sea que nos lleguen, con tal de “salir rápido del asunto”.

“Sesgo cognitivo”: no sabemos los parámetros con los que se está programando la IA para hacer búsquedas y generar respuestas, cuáles pueden ser los intereses ocultos embebidos en su diseño; también hay que tener en cuenta que esta tecnología “aprende”, y depende de lo que pueda encontrar para estructurar como respuesta. No porque lo diga la IA es “correcto” y “completo”; ya perdí la cuenta de cuántas veces he tenido que corregir y “curar” respuestas obtenidas a través de estas tecnologías.

“Ansiedad por desconexión”: aparte del asunto de las dosis de dopamina que nos damos al estar conectados y hacer “scroll infinito”, también entra el hecho de no ser capaz de desconectarnos deliberadamente de los dispositivos, con la consabida ansiedad que esto trae (casi como un “síndrome de abstinencia”).

No todo deberían ser amenazas y malas noticias

El dilema no es solo tecnológico, sino humano: ¿qué lugar ocupamos en esa relación de delegación creciente?

El secreto oculto es descubrir lo que llamo “el límite de utilidad” de la delegación cognitiva: saber balancear hasta dónde la “delegación cognitiva” nos libera para emplear la mente en otro tipo de cosas o ganar agilidad y prevenir que nos desbordemos con tantos asuntos por resolver al mismo tiempo. También estar atentos a “sospechar de” o “identificar” riesgos de manipulación, de privacidad, baja autonomía o de una programación de IA “muy políticamente correcta” que niegue hechos o pretenda blanquearlos detrás de un velo de “aprobación social” o “prevención del riesgo de ofensa” (las comillas son mías…).

El límite de utilidad podría ser también aplicar algún criterio para saber qué aprendo o hago por mí mismo (a)… qué otro tanto entrego a la tecnología. Por ejemplo, sigo usando la aplicación de contactos para memorizar números de teléfono, pero tengo un grupo de contactos favoritos que memorizo y a los que incluso les llamo digitando uno a uno su número. Lo mismo puede aplicar para algunas contraseñas y accesos especiales, traducciones, lecturas, operaciones matemáticas, etc.

Al final es un tema de elección personal: Si la tarea es repetitiva, aburrida y de bajo valor, delegarla a la IA (u otra herramienta) es oportuno porque libera atención, evita fatiga y reduce errores. Si el juego es productividad y competitividad, no queda más camino… si no lo haces tú, lo hará el negocio de en frente.

En ocasiones tenemos herramientas novedosas y a la vez tan complejas o engorrosas que terminamos invirtiendo más tiempo en explicar y entender qué hay que hacer con ellas, que en hacer lo importante (Miro, Microsoft Whiteboard, Lucidchart, Jamboard (de Google), solo por dar ejemplos. Son utilísimas, pero un lío usarlas a veces… ¿se te ocurre otro ejemplo?). ¿De verdad es tan “cool” que todo tenga que ser digital? La pregunta es: ¿dónde aporta mayor valor la persona?, ¿dónde la tecnología y en qué niveles?, ¿cómo se puede combinar todo esto?

Cosas que se pueden hacer

  • Limitar el tiempo de “scroll”, visualización y entretenimiento: Ahora uso la app de bienestar digital nativa de Android (también hay otras por ahí que sirven para lo mismo) y limito el tiempo de uso de redes sociales y algunas apps.
  • Filtrar el uso cognitivo: ¿Realmente vale la pena que le invierta tiempo y energía a esto que estoy haciendo?, ¿lo podría delegar de alguna manera? Y si lo delego, ¿en qué invierto mi “tiempo mental” productiva y enriquecedoramente?
  • Filtro inverso: tener determinadas tareas que “definitivamente hago yo”, así haya una máquina que me pueda reemplazar… por ejemplo, tratar de salir de un lugar sin usar el mapa, solo viendo las señales, puntos cardinales y usando el sentido de ubicación… obviamente si la seguridad y la movilidad lo permiten.
  • Delegación expansiva: Hacer “curado de contenido” de lo que hace y entrega la IA. Pedir ayuda a la herramienta, pero revisar qué entrega, pensar cómo se podría mejorar o corregir, buscar inflexiones o vacíos lógicos en lo que entrega o, vía “prompt”, ponerle retos a ver qué responde y qué tan acertadas son las respuestas. Retar nuestra propia lógica y argumentos usando IA…
  • Escribir a mano: La letra manuscrita es un clásico que, mientras seamos humanos, no pasará de moda: activa los canales de representación visuales (ves la hoja, el espacio, la forma de la letra, texto, etc.), auditivos (primero “escuchas” en tu cabeza la narración de lo que escribes como una voz interna) y kinestésicos (coordinación visoespacial de los movimientos brazo–mano–lápiz–papel). Escribir amplía el espectro de uso del cerebro en una sola tarea.
  • Lectura concentrada y profunda: Leer textos es un trabajo exigente cerebralmente porque tienes que convertir–traducir caracteres en palabras y esas palabras juntarlas en frases que juntas arman una idea con sentido, una emoción, la evocación de un lugar o evento, una explicación, etc. Para comprender, sí o sí tienes que pensar… y todos sabemos que pensar cansa y puede ser pesado… pero la recompensa cognitiva no se hace esperar.

¿Se te ocurre algo más por hacer y que ayude a moderar la delegación cognitiva?

Si leíste esto completo… ¡Bien por no caer en la delegación cognitiva del resumen de IA!

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