Anda, ve y desahógate

El “desahogo” debería ser una habilidad que cultivemos, como saber leer o escribir.

El desahogo es una acto temerario porque siempre trae consecuencias, es incierto y suele dejar las cosas distintas. Si lo dejas de hacer, quizás no te mate al instante, pero te va destruyendo de a poco. El desahogo puede llegar a ser una necesidad humana básica, tan indispensable como comer o respirar. ¿Necesitas desahogarte?

El genuino desahogo

Al lado del desahogo, debería caminar la habilidad para saber escucharlo, recibirlo y determinar qué hacer [o dejar hacer]. Pero hay tanto en medio…: la relación que tenemos, las expectativas, los miedos, las reacciones (pasadas, reales o temidas), el contexto (por ejemplo, nada más intenta desahogarte en el trabajo…) lo que pueda pasar, etc.

Como cultura no estamos listos para el desahogo, no estamos preparados para convivir con él. Por eso muchas veces, lo que podría ser una suave y cálida catarsis, se convierte en una letal explosión. El desahogo encapsulado se convierte en una bomba de tiempo. Muchos de nosotros hemos explotado porque no hemos encontrado dónde abrir la válvula para aliviar la presión.

¿Cuántas cosas nos dicen sobre el control, sobre mantenernos en calma y sobre lo nocivo que es hablar de lo que sentimos? Cuando me desahogo, “me obligo” a desenredarme.

Eso hizo que prosperaran la psicoterapia y tantas formas sistemáticas de “conversación de ayuda”. Tantas teorías, investigaciones, modelos y abordajes para algo tan sencillo: escuchar atentamente, estando presentes, sin juzgar, sin tomar partido (hasta donde se pueda…), sin forzarnos a tener ya una solución.

El desahogo genuino, ese que en ocasiones llega a la expresión de la rabia, lágrimas y malestar, nos pone en condiciones de tomar todo ese lodo interior, presenciarlo, darle su real magnitud y empezar a retirarlo capa por capa, para descubrir qué es lo que tiene por dentro.

Ser un buen “desahogador”

A veces tenemos un chorro de agua a presión que se llama maestro (a), terapeuta, “amigo (a) perspicaz”, confesor o lo que sea, que nos hace preguntas, nos confronta y al final nos ayuda a dejar de decirnos mentiras, de engañarnos o mirar para otro lado como si nada pasara.

Ahora pregúntate: ¿cuánto y de qué forma has servido al desahogo?, ¿cuánta gente confía en ti para desahogarse?, y si respondiste que sí, ¿cuál es tu magia y el encanto para facilitar eso? He comprobado que un buen receptor de desahogo también es un buen “desahogador” de sí mismo (a), porque de otra manera no entiende lo que le llega, se va cargando, escucha el desahogo como una queja o como una molestia que debe evitar.

Un “desahogador” debería verse a sí mismo (a) como un balsero, alguien que lleva gente de una orilla a otra en su balsita, mientras ese pasajero se sienta en medio y va contando el cuento. Puede que el balsero opine, diga algo o guarde silencio todo el viaje, pero al final, ayudó a que la otra persona llegara a un lugar distinto. El balsero conduce con calma y escucha, está atento a la charla, a la balsa y al agua.

Para qué desahogarte

Desahogarnos es más que poner en palabras:

Desahogarse es alivio emocional, porque sacas todo eso que cargas y te conectas con lo que sientes.

Desahogarse es claridad mental, porque te ayuda a organizar lo que piensas y a ver la situación en perspectiva.

Desahogarse es apoyo y conexión, porque al saber que podemos desahogarnos tranquilamente con alguien o viceversa, fortalecemos vínculos.

Desahogarse es aceptar que somos vulnerables, porque vemos la situación que nos desborda y de qué forma lo hace. Nos lleva a comprender nuestras limitaciones perceptuales o prácticas.

Desahogarse es resignificación, porque si te propones hacer algo con eso que sacas, pasas de la queja a la comprensión y de ahí a la acción.

Desahogarse es regulación emocional, porque las emociones que se acumulan en el cuerpo, se vuelven luego enfermedad física.

Desahogarse es cambio mental, porque puedes darle la vuelta a la situación, hacerte nuevas preguntas o darte cuenta de que muchas veces estás armando una tormenta en un vaso de agua.

Desahogarse es “no sabérselas todas”, porque cuando te abres a recibir opiniones o ayuda, admites que hay otros que pueden ayudarte (a muchos eso nos cuesta…).

Desahogarse es facilitar la toma de decisiones, porque es común que el solo hecho de poner en palabras lo que pensamos, nos lleva a preguntas o escenarios que no habíamos considerado.

Desahogarse es bienestar físico, porque destrancar eso que tenemos por dentro, nos libera, nos aliviana.

Al desahogarnos, puede que el problema no se resuelva del todo, pero por lo menos ya somos distintos frente a él. La respuesta está en nosotros, así suene como a frase cliché de libro de autoayuda.

¿Cómo hacerlo? Es sencillo: simplemente hablándolo, sin engañarnos ni omitir detalles.

Eso es desahogo: tener el valor de poner afuera lo que se pudre adentro. Nadie sabe tanto de nosotros, como nosotros mismos… ahora, anda y ve, desahógate.

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